El Libro
Estos días La Isla revive con la Feria del Libro porque nuevamente recordamos su existencia.
Gracias al empeño de los libreros de toda la vida, de los nuevos y de aquellos que no se ven a quienes se refirió la hablilla oportunamente escrita el pasado año, el caso es que nos vemos de nuevo hojeando y ojeando volúmenes bajo el mismo evento pero con distinta ubicación. El mismo día de su clausura apreciaremos con objetividad y menos pasión los pros y los contras del cambio, pero mientras llega pensemos en el libro, en el conjunto de hojas escritas sujetas todas juntas por uno de sus lados. Rara sería la casa en que no lo hubiera, o bien extraviado en el rincón más oscuro de una librería o bien en una estantería, a la espera de la mano tendida que lo rescate para proporcionar un rato agradable. Porque el libro es una caja encantada que guarda un gran secreto, que se va desvelando poco a poco, página a página, toda una historia que nos es contada por un espíritu, por un ser invisible que nos atrapa, que nos envuelve en su red hecha de palabras. Por eso, la lectura es un placer que se disfruta en soledad, a pesar de proporcionarnos la compañía de unos personajes que se van escapando de las páginas y se nos van sentando a ambos lados del sofá. Cuando nos damos cuenta, la habitación está llena de ellos y sus voces, sus formas de moverse, sus gestos los hacemos tan nuestros que es fácil creer que caminan a nuestro lado, que viven con nosotros. Toda esta magia desaparece cuando la historia termina, cuando el libro se cierra y se vuelve a dejar en el estante. Pero siempre se recuerda a ese personaje triste o alegre, al protagonista loco o sensato, a la chica nerviosa o serena que en más de una ocasión nos hizo sonreír o llorar. Merece la pena sucumbir a este encanto que nos araña el alma, que nos hace entrar en el paraíso perdido que un autor se ha preocupado de crear para nosotros, para quienes no temen andar por sendas extraviadas sin importarles el tiempo y el reloj. Quienes no leen no admiten con humildad que, simplemente, no les gusta, sino que aluden a la prisa que la propia sociedad impone, factor muy útil a la hora de poner una excusa. La negación a la lectura no constituye un delito, ni mucho menos, pero los devoradores de páginas suelen argüir aquello de “dime qué lees y te diré quién eres”. No hace falta ser tan radical, ya que dentro de la literatura existen muchos estilos para motivar a quienes se asustan con el grosor de un libro. Pero entre tantos devoradores, seguro que existe un gran número que no sabe poner en práctica la lectura, simplemente leen durante horas hasta acabar con dolor de cabeza con tal de ver cuando se terminó de imprimir, además de haber batido su propio récord a la rapidez. La lectura necesita su tiempo para digerirla, para saborearla. Leer es recrearse en un párrafo y volver a él hasta casi aprenderlo de memoria, es reconocer una imagen simplemente sugerida, es saber oír la voz que se eleva, que vuela desde el texto hasta el oído, como un susurro que se nos queda dentro para siempre. Por eso es arte, porque transmite todo aquello que su hacedor nos regala con palabras y que nosotros somos capaces de captar, de ir descubriéndolo renglón a renglón, página a página, capítulo a capítulo hasta llegar al final de la historia. Todo eso y mucho más nos regala un libro. Cuando vuelve al estante dentro de él quedan ocultas sus manos de hoja que rozaron nuestros dedos, que nos acariciaron los sentidos, vuelve a cerrarse la caja encantada que guardaba un secreto y que aunque ya no lo sea, seguirá conservando ese halo de misterio para otros ojos, para aquellos que quieran descubrir unos renglones llenos de magia.
Recordemos estos días la cita de Jorge Luis Borges que ilustró el casillero de un calendario: Los libros son las alfombras de la imaginación, cita que podría complementarse con otra de William Styron, la que me repito desde que fui capaz de unir palabras: Los libros deben darnos muchas experiencias y dejarnos algo cansados cuando los terminamos, pues al leerlos hemos vivido varias vidas.
Disfrutemos estos días del isleño y particular encuentro con la lectura.
Adelaida Bordés Benítez