La Isla tiene un 'Don'
Dicen que todas las personas que componen este mundo se caracterizan por destacar en alguna virtud, una cualidad que nos hace ser distintos y especiales.
La ciudad de San Fernando, a mi humilde parecer, tiene un Don que le alza en armonía, secretos y aromas diferentes. La Isla desprende, en cada rincón de sus entrañas más ocultas, un inmenso abanico de arte, historia, patrimonio y cultura.
Por mínimo e indiferente que esto sea para los desafortunados que no tienen el privilegio de conocerla o de sentirla como lo hace un cañaílla de corazón como yo, solo puedo decirles que si alguna vez tienen la oportunidad de pisar esta sagrada tierra se dejen envolver por sus calles antiguas, por sus restos de prehistoria, por el olor salado que alzaron los fenicios, por el puente que se eleva con orgullo gracias a una exquisita época que invadió su terreno, por todo el patrimonio general que también marcó los centímetros de su historia con el aliento de los árabes en forma de castillo.
San Fernando tiene un Don militar, envuelto en disciplina y sentimiento patriótico, que por desgracia ha caído en decadencia pero que ha marcado la vida de miles de familias isleñas.
Nuestra 'Isla' -como nos gusta llamarla- es pionera en lucha y resistencia napoleónica. Única en líneas de Constitución, marcada por una fecha muy especial, la de 1812.
Todo esto no es algo nuevo para los que conocemos aquel lugar en el cual nuestros pies caminan con orgullo, pero tampoco es la finalidad de este artículo.
Quiero destacar una pequeña parcela en la cultura literaria, pues es la última virtud que mi querida San Fernando ha despertado en mis adentros como un pequeño Don.
Siempre he sido una persona soñadora y altamente fantasiosa. Hace tres años se introdujo en mi mente inquieta la idea de plasmar una de mis locuras más íntimas en papel. Aquella manera de entender la vida tenía la imperiosa necesidad de salir al exterior y la mejor manera de hacerlo no fue otra que en forma de novela. Nunca pensé albergar una meta de éxito, más bien era una necesidad de evasión a la realidad que nos sucumbe cada día, pero el cielo estrellado de nuestra preciosa Isla de León había sido en más de una ocasión testigo de mis secretos con Morfeo y sabía que debía hacerlo.
No me considero escritor, solo aprendiz, pero una persona muy especial en mi vida que no es otra que mi mujer, Ire, me terminó dando el último empujón que mi confianza necesitaba con su siempre presente Don de dulzura. Si a eso le sumamos azar, destino o como queramos llamarlo, una editorial de una ciudad hermana, una ciudad de nuestra Bahía de celestial nombre conocido como El Puerto de Santa María, me abrió las puertas en mi nueva aventura para poder compartirla con cariño frente a mi día a día en una recogida consulta podológica.
En poco tiempo he tenido la fortuna de conocer a paisanos que hasta entonces desconocía por completo, por ignorancia o por el motivo que sea. He estrechado relación con personas ilusionadas por San Fernando, periodistas, escritores, libreros de antaño… y un sin fin de ciudadanos que promueven con orgullo la necesidad de mantener nuestra historia viva, de convivir cercanas a una pequeña llama de interés para que el patrimonio y la cultura isleña no quede en un cajón envuelto de ácaros y siga permaneciendo encendida.
En el pasado año 2015, hemos sido muchos hermanos los que conseguimos añadir un granito de arena al mantenimiento de una fama que merecemos con creces, exactamente veinte de ellas en cimientos literarios.
Mi forma de expresión quizás no sea la correcta ni tampoco la más atrayente, pero si puedo asegurar que es pura, sincera, humilde e increíblemente impregnada por la ciencia ficción. Así es como me hace sentir la Villa de la Real Isla de León.
Gracias a Alejandro Díaz por invitarme a escribir, a la editorial Multiverso por la oportunidad de engrandecer mi felicidad dando salida a mi primera inmersión en las letras con El Don, a Gema Tacón por confiar en San Fernando y luchar por ese hueco cultural que nos merecemos, a mi mujer porque sin ella nada sería lo mismo y a todos los cañaíllas que sienten pasión por este pequeño trocito de sal brillante situado en el sur español, que aunque en sus altares en forma cerros no supera los ocho metros de altitud, con nuestra alegría conseguimos que roce el cielo.