Muerte, Resurrección y hasta el año próximo
Las cofradías del Viernes Santo corrieron la misma suerte que las del Miércoles y el Jueves.
Quizá por el luto de sus hermandades. O tal vez por ser el último día, lo que significa que todo se termina. Puede que debido al cansancio de horas y horas siguiendo los cortejos de la jornada anterior -con cinco cofradías en la calle- y una agotadora aunque gratificante experiencia junto al Regidor Perpetuo, de madrugada. Lo cierto es que el Viernes Santo no se caracteriza por presentar calles y plazas especialmente concurridas. Ayer fue una excepción.
Una amplia representación de isleños se dio cita a las puertas del Hospital de San José para recibir al Santístimo Cristo de la Sangre y a su madre de los Desamparados, hermandad de caridad -destina el 50% de sus ingresos a acción social- a la que cuesta especialmente ver incrementado su patrimonio, y que sin embargo, con paciencia y tesón, ha logrado rescatar varias imágenes del siglo XVIII, ejecutar obras en su capilla e incluso estrenar un nuevo manto de salida, con bordados frontales, por Jaime Zaragoza Ibáñez.
Era éste uno de las grandes novedades para la corporación gremial, cuya estética ha llevado el negro siempre por bandera. Un cortejo corto y sencillo que con su elegancia volvió a su sede antes que los demás, nada más salir de Carrera Oficial. Se añora, en cierto modo, el recorrido que antaño efectuaba por las calles de su barrio, bajando Dolores para volver por Tomás del Valle.
Horas más tarde -entre las 19:00 y las 19:30- ya estaban en la calle las otras dos procesiones. Una, la más popular, la de Ntra. Madre y Señora la Virgen de la Soledad tras 300 años recibiendo el culto de los isleños. Los mismos que le donaron una diadema de plata cuando una imagen de esta advocación recibía culto en el Castillo de San Romualdo a principios del siglo XVIII, como pone de manifiesto el historiador Fernando Mósig en el recién publicado estudio de investigación sobre dicha cofradía. La Virgen iba precedida, como siempre, del Stmo. Cristo de la Redención formando su singular misterio con las Marías Magdalena, Salomé y Cleofás, Santa Marta, San Juan y los Stos. Varones José de Arimatea y Nicodemo. Todas las imágenes lucieron especialmente por una Plaza del Rey abarrotada de ciudadanos que los contemplaban desde el atrio del Ayuntamiento.
La otra, la 'oficial'. Con la que la hermandad de la Soledad tantas relaciones de amor-odio desarrolló durante más de dos centurias. Brilló el desfile de las fuerzas de seguridad y representantes de las instituciones públicas, así como del resto de hermandades y cofradías de la ciudad. El Señor Yacente se despidió de todos, desde su urna, habiendo adquirido algo de pátina tras la exhaustiva restauración que le practicó el profesional Pedro Manzano hace un año. Tras él, la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad con sus características jarras cónicas de flores en tonalidades blancas y la flequería catedralicia plateada pendiente del palio de cajón. Uno de los dos que procesionan este día junto al de la Virgen de los Desamparados.