La responsabilidad
No es otra cosa que la deuda o la obligación de reparar un delito, una culpa u otra causa legal. También constituye un cargo moral como resultante del posible yerro en una acción determinada, incluso se llega a considerar a la persona responsable: como persona de crédito, que se supone que va a responder con seguridad -reparando todos los errores- que en su caso hubiera cometido.
Más o menos esta es la definición del diccionario en teoría. Pero cuando en la práctica sucede la irregularidad de la realidad de un hecho erróneo o mal estructurado de la índole que sea, algunos por cierto muy graves, cometidos además negligentemente; generalmente no pasa nada, aunque ya afortunadamente ‘no siempre es así’ refiriéndome concretamente a si el hecho se ha producido en el sector público o político.
Estas lamentables situaciones independientemente de los objetivos, en donde casi siempre aparece escondido o involucrados la figura del dinero, no se ha resuelto a veces conforme a derecho, protegiéndose la identidad del sujeto infractor de cuya responsabilidad se le exime y como ejemplo ilustrativo: dichas negligencias quedan soslayadas o archivadas.
Y no importa los perjuicios, los agravios, ni las pérdidas ocasionadas a los ciudadanos, a terceros o a la comunidad. Y tampoco importa demasiado, cuando la cuantía del asunto se trata de dinero procedente del erario público por elevado que éste sea su importe. Los ejemplos son variadísimos repartidos por toda nuestra geografía en la que sería difícil eludir algunas zonas exentas de las carrerillas de estas penosas situaciones, porque dichas prácticas de la -impráctica- se ha convertido ya en el denominador común de los responsables más irresponsables.
Y no se trata de decir que no hay nada más oculto de lo que está a la vista de todos, porque eso es lo que precisamente se pone de manifiesto y en cuestión: ¡qué está a la vista! Y es que hemos llegado ya a unos límites en los que la ponderación, la mesura, la discreción, el código ético, la buena educación y el respeto -no existe- harto al contario. Porque vale la comparativa de la indiferencia o más aún el aparente desprecio hacia nuestros semejantes para darnos cuenta hasta donde ha llegado nuestras reacciones como ciudadanos.
Y es que la responsabilidad como la educación y otras tantas virtudes no se heredan, se estudian, se aprenden y se ejercitan; formando parte activa del proceso evolutivo en el aprendizaje de las personas, de tal manera que, una sociedad será más rica y más próspera cuanto más desarrollada tenga el sentido de la educación y de la responsabilidad.
Y de esto, no se debería eximir a nadie en absoluto. Cada cual tiene que asumir su cuota de responsabilidad derivada de su propias acciones, actividad y profesión ante la familia, la sociedad, la justicia y ante el propio Estado, pero en la misma proporción y reciprocidad; tantos para unos como para otros.
Si bien los grados de responsabilidad varían para cada persona en función de su ocupación, rango, actividad o categoría. Ya que no tiene la misma responsabilidad el error de un médico o un arquitecto, que el de un dependiente o empleado, aunque a ninguno de ellos, no se les eximan de sus responsabilidades ante los posibles entuertos cometidos de acuerdo y en proporción a sus respectivas funciones.
Por eso, no es serio, que mientras unos profesionales, después de los estudios efectuados, el esfuerzo y el alto coste de su preparación, pasando por difíciles oposiciones hasta conseguir una colocación -si se equivocan- en el ejercicio de sus actividades, paguen lógicas y consecuentemente por sus errores. Mientras otros menos preparados, cometiendo los mismos errores o quizás otros más graves, en algunos casos incluso puntuales, queden no sólo impunes, sino además protegidos de las consecuencias de los mismos.
Y solamente hace falta dejar volar nuestra imaginación para observar en donde ocurren estas cosas. Y en dónde -los responsables- tienen que pagar íntegramente por sus errores. Y aquí el término ‘pagar’ cómo no, se refiere a la devolución del dinero físico extraído o a su equivalente según los daños ocasionados además de otras penas o privaciones.