Montañas de arena
Uno de los problemas con los que nos encontramos en la sociedad son las "montañas de arena". Con pequeños granitos vamos creando una enorme cantidad de muros que nos impiden ver la verdadera perspectiva de las cosas y situaciones que nos rodean.
Durante una etapa de mi vida yo también estuve rodeada de montañas de arena. Había convivido demasiado tiempo con una persona acostumbrada a vivir dentro de enormes colinas que la frenaban a cada paso. Tantos días acompañándola en sus conflictos, acabaron por convertirme en alguien que también los hacía suyos. Esto no es algo que se haga de forma consciente, lo que ocurre es que, poco a poco, empezamos a luchar tanto por nuestros derechos que terminamos por olvidar cuáles eran. Hacerlo en la adolescencia es algo natural, pero llevarlo a la vida adulta es tan sólo un signo de inmadurez.
Una cosa es tratar de hacer las cosas lo mejor posible y otra, muy distinta, cuestionar constantemente al resto pensando que la verdad está en nuestras manos. Esta creencia nos llena de ansiedad y nos hace pensar que todo se vuelve en nuestra contra. Da igual a dónde vayamos porque siempre habrá alguien que se está equivocando y que intenta sabotearnos la vida. O eso creemos...
Cuando adoptamos esta actitud, el Universo recibe nuestras malas vibraciones y mueve sus hilos haciéndonos llegar más personas, cosas o situaciones que nos devuelven esas mismas vibraciones multiplicadas por el infinito. Sin que nos demos cuenta, todo lo que estaba mal en nuestra mente comienza a hacerse patente a nuestro alrededor. Queríamos problemas y es lo que vamos a recibir. Nos toca ahora enfrentarnos a la realidad, esa que construimos con cada crítica, cada desplante, en definitiva, con nuestra soberbia forma de vivir...
Ante este caos, sólo nos quedan, como suele suceder, dos opciones. La primera, seguir peleados con el mundo hasta el día de nuestra muerte; día en el que nos daremos cuenta de la cantidad de palabras derramadas, abrazos perdidos y sonrisas destrozadas; la vida se ha pasado y con ella sólo conseguimos soledad y frustración. La segunda opción, por el contrario, es mucho más satisfactoria; aquí no es que no haya situaciones negativas, es tan sólo que no las hacemos nuestras; si alguien me habla mal yo le contesto bien; si otro no me ayuda yo le tiendo mi mano; si algo no me gusta, sencillamente, me voy a otra parte. Es entonces cuando hemos pasado de buscar problemas a encontrar soluciones para todos ellos.
Los conflictos sólo existen cuando nosotros les permitimos existir; la felicidad sólo perdura si no dejamos de sentirla. La vida es tan sólo lo que queremos que sea y con unos granitos de arena podemos hacer altas montañas imposibles de cruzar o enormes playas por las que tranquilamente pasear...
Y tú, ¿dónde pones tu granito?
In the bone.