Maestros
Existe, desde hace muchísimos años, una bella profesión que da vida a los maestros. En ella, como en todas, podemos encontrar todo tipo de cualidades, tanto buenas, como negativas. No todos llegamos a serlo por vocación y esto hace que, en ocasiones, se desprestigie una labor tan difícil y bella como es la nuestra. Aún así, siempre estaremos los que nacimos con ese destino. Enseñar, mostrar, alumbrar...
Seguramente, todos tenemos en nuestro corazón a uno de estos maestros (incluyo aquí a las maestras porque, como me enseñaron, el masculino se usa para generalizar y no por ello nadie debe ofenderse). Recordamos con añoranza a ese maestro que entraba por la clase cada mañana con su sonrisa puesta, ésa que se contagiaba con sólo mirarla; con la energía que nos llenaba de ganas para comenzar con una jornada de trabajo que tan larga se nos hacía. Es difícil comprender, cuando somos pequeños, la importancia que tiene la educación para nuestras vidas, pero más lo es darnos cuenta de que, lo más importante, no son las asignaturas que estudiamos, sino los valores que cada educador nos regala con ellas.
Hemos aprendido tanto de sus "manos", que difícilmente podríamos enumerar cada cosa. Fue con estos maestros, entregados a nosotros, con los que conocimos los beneficios del cómo decir y trasmitir las cosas. No evolucionamos al mismo ritmo con aquellos que bromeaban entre contenidos, con quienes hicieron de las tareas divertidos juegos, con los que nos explicaron el por qué de sus reprimendas e hicieron de cada día un nuevo sueño por el que merecía la pena madrugar...
Pasan los años y, sin dejar atrás mis recuerdos, ahora soy yo quien opta por el papel de docente. ¡Qué distinto es todo desde esta perspectiva! Nunca podía haber imaginado el trabajo que había detrás de cada actividad que hacíamos, cada explicación y, sobre todo, de todas esas sonrisas que un día me entregaron. Hoy sé que los maestros no son superhéroes, aunque a muchos los siga sintiendo así, sino personas que luchan cada día por ser un poco más felices, por alcanzar sus propios anhelos, por sacar adelante a sus familias, a sí mismos, pero lo más impresionante, es que luchan (luchamos) también, por la vida de todos y cada uno de nuestros alumnos.
A un verdadero profesor le duele cada intento que sus niños no superan, cada lágrima que derraman antes sus desaciertos, cada falta de atención y cada lección que no es aprendida. Duelen las sonrisas cuando detrás esconden miedos e incertidumbre; las noches en vela buscando soluciones para cada ser que nos llena de vida las mañanas. Nos adentramos en cada familia, poniéndonos en el lugar de cada padre, de cada casa, de cada pequeño que, tras su cara angelical, también guarda sus propios problemas y ecuaciones sin resolver; a veces debemos enfrentarnos, incluso, a los reproches de sus padres y eso...también duele.
Pero lo bueno de ser maestro por vocación, es que, con el pasar de los años y de la mano de los hilos del Universo, aprendes que cada llanto es parte fundamental de su crecimiento personal; cada error una oportunidad para conseguir un mayor número de aciertos; cada despiste otra manera de descansar de lo que podría llegarles a estresar; y cada lección que no consiguen asimilar, será tan sólo otro reto más por el que poderse superar. Así, con estas certezas por bandera, y nuestro esfuerzo y empatía como las mejores armas, convertimos todos sus intentos en infinitos logros; sus logros en motivación y sus motivaciones en la mejor inyección de autoestima.
Cuando los niños crecen y se hacen conscientes de todo lo que pueden dar de sí mismos, sus días se convierten en un mar lleno de sueños por los que navegar y así, los problemas son sólo caminos que deciden solucionar; las críticas se transforman en ayuda, (pues "si yo puedo, ¿por qué no van a poder los demás?"); y la tristeza pasa a ser esa tregua que la vida les da para pararse a descansar, a soltar lo que les sobra y plantearse nuevos planos por diseñar, nuevos senderos por los que trasnochar.
Por todo esto, quiero dar las gracias a mis Maestros, por haber iluminado el sendero de mi felicidad; a mis compañeros por dar de ellos lo mejor para que otros puedan avanzar; y a tantos padres por ayudarnos a derrumbar todos los muros y hacer de nuestros niños el mejor de los posibles futuros.