A todas las madres
El pasado día 8 se celebró la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Y en otro tiempo y en dicha festividad, también se celebraba el día de la Madre, que posteriormente se trasladó al primer domingo de Mayo.
Sin embargo, pienso que la celebración del día de la Madre no tiene un día específico ya sea éste o aquel día, sino todos los días de cada año, porque en realidad todos los días sin faltar uno, ejercen como abnegadas Madres.
Y aunque la mía falleció hace tiempo a sus 78 años, todavía no la he olvidado, ni podía pasar por alto estas entrañables fechas navideñas que se nos aproximan sin extrañarla y dedicarle, como no, un recuerdo especial y amoroso.
Así pues en mi condición de huérfano y esposo de la Madre de mis tres hijas: Marina, Myriam y Nuria -dos de ellas, Marina y Myriam también son Madres- pretendo dedicarles “A todas las Madres” el presente artículo como un cariñoso homenaje y un regalo de Navidad, evocando su figura inigualable.
Y es que la figura de Madre; constituye un rico baluarte como eje central y pieza clave, fundamental e insustituible en el seno de la familia.
Es claro y a nadie se le escapa e incluso al más rebelde de los hijos, la importancia que tiene una Madre en el plano familiar y, por ende, en el desarrollo de la vida y en el de la sociedad.
La Madre representa sin discusión ni apelativos el soporte, el pilar básico de un hogar, ocupando el lugar más destacado en él, porque alrededor de ella, se mueven y giran todos los acontecimientos que se producen en el mismo.
Y si contemplamos su oficio bajo la perspectiva de ama de casa en una época de crisis como la que padecemos, estaremos de acuerdo en opinar que, su ocupación está garantizada por decreto propio, salvo casos de abandono que excepcionalmente también los hay.
No obstante su trabajo diario y cotidiano no tiene precio, ni remuneración, ni límites, ni horas, ni festivos y siempre y en cada momento la encontraremos solícita y dispuesta.
Para la Madre no existe paro ni vacaciones remuneradas, ni edad de jubilación. Y lo más trágico y penoso es que su labor por ser de hábito y rutinaria, resulta monótona, aburrida e ingrata y generalmente no está considerada, reconocida, ni siquiera comprendida ni compensada según sus méritos y actuaciones.
Y no sólo está dotada de una sensibilidad y una intuición especial que la distingue y dispone a amar hasta el infinito, sino que además, su entrega y abnegación la capacita para disculpar y justificar toda acción o actitud desagradable o negativa que venga de sus hijos, a los que protege sin medida, causa o condición.
Pero entre todas estas cualidades no habrá otra mayor, más hermosa, sublime y significativa que la de su maternidad: esa gran obra natural y creadora que como misión universal de la reproducción posee, la cual, le permite solamente a ella en rigurosa exclusividad, engendrar en su vientre una nueva vida, un nuevo ser; es decir el hijo de sus entrañas.
¿Y quién no ha recibido en su regazo el primer hálito de vida, los primeros auxilios, el calor, el mimo, el desvelo, las caricias, los alimentos. O el cuidado atento y afectivo vigilando nuestras propias enfermedades. O los apretados y deliciosos besos de Madre?
Pues por eso y por tantas cosas más, no puede faltar hoy desde estas líneas insignificantes. Mi recuerdo triste pero a la vez emocionado. El reconocimiento vibrante. El homenaje caluroso y mi felicitación más cariñosa para esas sacrificadas Madres que, sin pedir nada. ¡Se lo merecen todo porque no hay ningún amor terrenal más grande que el amor de una Madre!