Una ciudad inacabada; segunda parte
… Viene de la primera parte… Zonas verdes, como las del Parque del Oeste. Un parque extenso en su longitud y agradable de recorrer, sobre todo para los que deseen mantenerse en forma o necesitan hacerlo para reducir peso o colesterol. Lástima que su ubicación entre dos carreteras, transmitan la polución propia e inevitable de la circulación. Y a veces el mal olor de los puentecillos que los atraviesa cuando no están limpios.
Otro parque, el del Barrero, recoleto y atractivo bajo el plano de su dos plantas; ofreciendo al fondo la perspectiva del escenario que le presta la panorámica de nuestro insigne Observatorio y las míticas Torres Alta y Baja. Parque, que por fin se está, reparando de tantos destrozos y deterioros.
Y un tercero, el Parque Almirante Lahulé, que como principal y más próximo al centro de la ciudad, se ha reducido en espacios ocupados por aparcamientos, pabellón deportivo y escenario de eventos.
Hay otros parques pocos conocidos entre ellos, el Parque de Las Huertas, situado en la calle Compañía de María y la carretera de Camposoto.
El citado parque posee un espacio de unos 7.500 metros cuadrados aproximados. Y tiene incorporado una fuente a modo de acequias y algunas especies vegetales y de arboledas propias; emulando las que existieron en épocas pasadas cuando la Isla prácticamente era sólo eso; ‘huertas’. Y constituye un espacio verde y de recreo agradable en representación de parte de las desaparecidas ‘Huertas de la Isla’, como así se hace constar en una de las columnas centrales de su puerta de entrada de las varias que posee el citado parque cerrando todo su alrededor.
Huertas que han dado sus frutos, en esta ocasión, frutos de oportunidades a tantas reconversiones urbanísticas tales como las que propiciaron: las huertas de la Glorieta, Baldomero, el Merendero, Germán, Zambonino, el Caqui, San Joaquín, Santa Rosa, el Reverbero, el Madrileño, Haríto, Mainé, las Monjas, el Almendral, el Pino, Sacramento, Chávez, la Zorrera, el Contrabandista, el Gordito, Baldomero Ortega y un largo etcétera.
Parque éste, que además sirve de comunicación a tres barriadas, que en su día también fueron huertas: el Pedroso, la Arboledilla y los Caserones. Y seguramente excepto los que viven cerca. Tal vez sean pocos los isleños que lo conocen.
Se construyó en el año 2003 -hace ya once años-. Y aunque no se finalizó el proyecto previsto en su totalidad por falta de recursos económicos. Parece que desde la última vez que lo visité, todavía se encuentra en un buen estado de conservación para visitarlo y disfrutar de sus parajes y de la quietud, que ofrece su entorno sentado plácidamente en uno de sus bancos. No obstante, el citado parque, merece visitarlo y acercarlo más al ciudadano del centro de la ciudad y de otros extremos; invitándolos a que lo conozcan en situ y disfrutarlo.
Cerrando este paréntesis y siguiendo con las descripciones anteriores, he de citar también que la circulación vial en nuestra Isla, no es de las más recomendadas. La ciudad se encuentra dividida totalmente desde su arteria principal -la calle Real- que aparte de haber dividido a la población, está inacabada, limitada en sus accesos y anárquica en su uso: patinetes, bicicletas, tablas, etcéteras y vehículos inopinadamente entre peatones por doquier. Pendiente ‘todavía’ de regular convenientemente después de tanto tiempo.
Las obras no terminan y siguen agobiándola, instalando: armarios eléctricos, semáforos, abultadas marquesinas, que actúan como pantallas; ocultando edificios e instalándolas en sitios inadecuados -tan inadecuados- que aparte de la que se sitúa delante del convento y colegio de la Compañía de María por citar una sola colocada en la ciudad, hay otra saliendo de la Isla camino de Chiclana a mano derecha, prácticamente en medio de los muros y marismas, cerca del lugar donde se encontraba el ventorrillo del Corral (célebre por su vivero de almejas otrora) cuya edificación todavía existe aunque muy deteriorada. La marquesina en cuestión se divisa al girar antes de tomar el puente que conduce al polígono de Los Tres Caminos.
Y volviendo a la calle Real, ahora se pretende trazar no se sabe ya en qué espacio, si es que queda, el anunciado trazado del carril bici que discurrirá paralelo a la vía del tren-tranvía, a todo lo largo de la calle, con lo cual, aparte del riesgo de las vías, cada vez quedará menos espacio para las terrazas de los bares y para el peatón, que creyó en una Avenida amplia, principal, diáfana y peatonal.
Sin embargo y en realidad el pueblo en su mayoría no está en la negación absoluta del tren-tranvía. Pero tal vez, sí circulando por esta calle, cuando existían otras alternativas. Y desde luego en total desacuerdo con la bajísima calidad del pavimento empleado y de su colocación; plagado de deficiencias y de la facilidad con la que se rompe y absorbe las manchas. Muchos son los ciudadanos que dicen ¿Cuánto se hubiera hecho más importante y necesario en nuestra ciudad con los millones de euros que se llevan ya invertidos en esta obra?
Por otra parte cada vez se acentúa más la dificultad de la circunvalación del Parque Almirante Lahulé como si fuera -una rotonda- sin serla y el mal trazado carril bici ya existente. Pero lo más triste y penoso para el ciudadano y sorprendente para el visitante, son no sólo los accesos de entradas y salidas de la ciudad por cualquiera de sus dos sectores extremos, sino circular por su interior. En suma, circular o andar por nuestras calles supone a veces un riesgo o cuanto menos un desconcierto o una desesperación, con el consiguiente peligro incluido de una caída, un accidente o la eventualidad de alguna sanción si te descuida un poco.
Finalmente, el propósito de este larguísimo artículo en dos partes, porque largo es lo que había que decir tristemente aunque objetiva y razonadamente, no se circunscribe solamente a la parte que se pudiera considerar como negativa, ya que existen otras bastantes más amables y constructivas de las zonas citadas anteriormente, que sin embargo son dignas de elogiarlas también.
Pero como suele ocurrir con los hijos díscolos, que son los que más llaman la atención de sus padres y por tanto a ellos se les prestan más atención. Mientras que a los buenos, por el solo hecho de serlos, no se les dispensa igualmente ni en la misma medida, como se debería, pero… ¡Paradoja de la vida!
Por eso, si nos fijamos objetivamente en este relato y atendiendo a lo que dicen tantos ciudadanos consultados sobre la cuestión aquí tratada. Creo que todos somos conscientes de esta situación y por ello, nos entristece y en cierto modo -todos- podríamos entonar un ‘mea culpa’. Porque en realidad los responsables: somos todos, aunque desde luego, “unos más que otros”. Los administradores o políticos los que más, por sus propias responsabilidades. Y los administrados o ciudadanos y sus colectivos por su permisividad y tolerancia.
Conclusión y resultado: como reza en el título de este artículo -una ciudad inacabada- cuando debería ser “una ciudad para comérsela” recordando aquella serie televisiva: ‘un país para comérselo’, pero sustituyendo país por ciudad...