Memory
Entre los artículos tan interesantes que se comparten últimamente por Facebook pude encontrar una entrada que me llamó bastante la atención. Se titulaba “Trucos para mejorar la memoria”. Uno es un hombre de obligaciones, atareado y de trabajos acumulados pero de vez en cuando, me permito el lujo de perder cinco minutos en pinchar algunos de estos artículos.
En el apartado aparecían varios consejos, numerados y testados por científicos de alto reconocimiento, que aprovecho para dejar aquí reflejados y así enriquecer mi sección, normalmente caracterizada por ser insulsa, simple y aburrida:
- Consejo número uno: dormir bien. Para que el cerebro rinda, y esas cosas.
- Hacer deporte. Mens sana in corpore sano (o algo así).
- Practicar Brain training o hacer sudokus, crucigramas u otros pasatiempos que ejerciten la gris masa.
- Llevar una buena alimentación. Comer frutos secos, chocolate, plátano o pescado mejora nuestra memoria.
- Meditar.
Todas estas recomendaciones pueden llegar a ser muy interesantes. Pero es ahora cuando llegamos al quid de la cuestión. Atiendan.
- Escribir mejora sustancialmente el funcionamiento de la memoria.
- El alcohol la empeora.
Se puede decir que soy uno de esos hombres obsesionados, víctima de la termita que reconcome por dentro al escritor. Escribo todos los días. ¿Cuánto tiempo? Pues no podría decirles. Cinco minutos o cuatro horas. Según el día, las ganas o el humor de mi señora. Pero lo hago a diario que, después de todo, es lo complicado del oficio.
El caso es que escribo mucho. Vale. Pues pregúntenle a mi mujer cuantas veces he olvidado las llaves de la casa dentro (con portón cerrado y todo, se entiende). Las bombillas de la casa las voy dejando encendidas casi por inercia, hasta el punto de haberme planteado la idea de comprar un temporizador para ahorrar en la factura de la luz. No me sé un número de teléfono de memoria, no se me da bien quedarme con el nombre de las personas y soy un desastre a la hora de acordarme de los cumpleaños y los días señalados de mis cercanos.
A mí escribir no me ayuda a tener una memoria más fuerte y más sana, sino todo lo contrario. Aumenta exponencialmente mi empanada mental.
Y estoy totalmente convencido de que esto es así porque escribir es algo más que sentarse frente al papel y empezar a soltar tonterías. Ojalá el trabajo del escritor se redujese solo al par de horas que uno se pone delante del ordenador. La cabeza del juntaletras está funcionando las 24 horas del día, 365 días al año. Es un oficio sin descanso, sin vacaciones. Una obsesión que obliga a la mente a estar todo el día trabajando sobre nuevas ideas, machacando las antiguas.
—Cariño, no me estas escuchando, ¿a qué no?
Eso es lo que tiene que aguantar mi mujer por compartir la vida con uno que se toma esto medio en serio. Por juntarse con uno que tiene la cabeza en otro lado, hablando con personajes ficticios y creando nuevas situaciones.
Supongo, que lo que quiero decir con todo esto es que no le hagan caso a todo lo que lean por internet, y mucho menos, a lo que se comparte por las redes sociales.
Que no venga un hombre de bata blanca y gafas de pasta a decirme a mí que escribir ejercita la memoria y beber alcohol la destruye. Que yo no perdono ni una cosa ni la otra y, lejos de haber un equilibrio neutro entre los dos efectos, me estoy quedando medio gilipollas.