La importancia de vestir la túnica de penitente
Los cuerpos de seguridad del estado, las fuerzas armadas, el cuerpo de bomberos, el colectivo religioso, especialmente el de las monjas y los frailes por citar algunos y variados ejemplos, son claros indicativos entre otros, para fijarnos en la importancia que tienen los uniformes y la forma de vestir de estos y otros colectivos, aunque a simple vista no reparemos en ellos.
Y es que esta forma de vestir y de representar a una de esas instituciones citadas anteriormente o a otras similares, crea sin duda, una responsabilidad, una dependencia, un carácter y una disciplina tal, que sólo con visionarlas nos dan una idea hasta donde es capaz de llegar la persona, que revestida de ellos, pueda sentir, asumir o incluso defender con su honor esos conceptos bajo el paradigma de lo que simboliza cada uniforme.
Por otra parte, el uso continuado de este modo de vestir, crea también una adición y un sentimiento, que se lleva tan pegado al cuerpo (nunca mejor dicho en esta ocasión), y que además resulta muy difícil de separar y menos aún de erradicar. Es como el claro ejemplo que tanto se aprecia en el fútbol, cuando el aficionado descontento con la actuación de un jugador determinado, nativo o no, suele increparle con una clara expresión como ésta ¡Claro, si no suda la camiseta! Expresión manifiestamente ostensible y reprochable, que define al mismo tiempo, la falta de pudor o bien de la dignidad, el amor y el sentimiento que debe producir y de hecho produce, simplemente la defensa de unos colores.
Sentadas estas bases, hablar del hábito o de la túnica del penitente o del nazareno, no deja duda alguna si lo basamos dentro de los parámetros y de los conceptos anteriores. Vestir la túnica y acompañar a los Sagrados Titulares de la hermandad de nuestros amores en el recorrido penitencial y procesional de cada Semana Santa, no debe ser un acto rutinario y frío o basado solamente en una actitud en la que no tenga un mínimo o un ápice de fondo cristiano y de sentimiento religioso.
Vestir la túnica es un acto de piedad, de amor, de fe, de devoción, de culto, de fervor, de responsabilidad, de meditación, de reflexión, de sacrificio, de oración y de penitencia. Y habría que preguntarse o contemplar ¿Cuántos de los que se visten de penitentes, realmente van revestidos o acompañados de estas sensaciones? ¿Cuántos van rezando rosarios tras rosarios y otras oraciones durante el recorrido? ¿Cuántos van reflexionando repasando la pasión de Cristo? ¿O cuántos repasan su propia vida y sus actitudes con horizontes de enmiendas en caso de dudas y de tribulaciones?
Vestir la túnica reporta un compromiso y una seria responsabilidad humana, cristiana y católica para con nosotros mismos y para con nuestros semejantes que nos obliga a permanecer incólume, desprendidos y abocados a la entrega benefactora y solidaria con los más débiles y menesterosos; compartiendo con ellos la esencia de la fe cristiana y la riqueza de sus efectos conciliadores unidos a los frutos del Espíritu Santo.
Quien no haya vestido una túnica y desde su posición oculta en su fila penitencial dentro del cortejo procesional, solo y aislado en sus meditaciones. No podrá entender nunca el verdadero valor espiritual y de conciencia que se experimenta dentro de ella. Porque además tiene otro valor añadido y contemplativo desde una posición privilegiada que te permite observar sin ser visto, los rostros de los de afueras bajo sus distintas reacciones y transformaciones, que experimentan al paso de las escenas de la pasión de Cristo y del dolor de su Madre que se representan en “los pasos” de la Semana Santa. Y solamente contemplar las múltiples sensaciones y las expresiones de esos rostros cambiantes por el dolor y a veces llenos de lágrimas sin sentirse observados, constituye una apoteósica experiencia, digna y enriquecedora por el solo hecho de contemplar a los más humildes de los cristianos.
Por eso, vestir la túnica no sólo imprime carácter, sino que envuelve y une íntimamente el cuerpo del revestido con el alma que lleva adentro. Pero tan unida y pegada a su corazón, que aunque sólo se lleve puesta el día de la Salida procesional. Invisiblemente irá con ella durante todo el año. Porque el cofrade auténtico llevará la túnica como uniforme hasta el fin de sus días.