La crisis en las Hermandades y Cofradías
Sabemos que las crisis en un concepto amplio y generalizado, es la consecuencia de un cambio más o menos brusco o la interrupción de algo que funcionaba normalmente bien o por el contrario se necesita cambiar por distintas razones, pero siempre bajo el objetivo de la búsqueda del bien común.
Las crisis antes de producirse anticipan o manifiestan ciertas señales de sobre avisos a las que si no se atienden y se atajan para evitarlas se desarrollan con escasas o máximas virulencias. Y dependiendo de este último calificativo, cuestan más o menos abortarlas.
Así consideradas y desde el punto de vista de sus consecuencias, habría que distinguir sus distintas clases tanto en el plano individual como en el colectivo. No es lo mismo una crisis que afecte a lo físico o a lo material, aunque unas y otras se correspondan.
En el plano individual existen crisis nerviosas, de estrés, de relaciones sociales, de matrimonio, de amistad y sobre todo de trabajo y económicas, que son las que por lo general, lamentablemente terminan convirtiéndose en depresiones cuyos índices cada vez son más elevados.
Y algunas de ellas también inciden en el plano colectivo además de la crisis económica, porque ésta sí que es común e inevitable en éste y en cualquier otro caso, dado que son las que afectan al dinero -y sin él- lamentablemente poco o nada se puede hacer. Hay otras crisis de carácter estructurales de vital atención como las crisis sociales, de empleo, de educación, de valores, de gobierno, etc. Puntualizando que las crisis de valores pueden llegar a ser tan importante y a veces, más intensa incluso, que la propia crisis económica que ahora padecemos.
Pero son estas últimas las que más afectan al colectivo cofrade y más concretamente a las hermandades y cofradías, que no se escapan de padecerlas como tales colectivos que son, y tal vez en éstos colectivos, sea donde significativa y paradójicamente más daños están ocasionando las ausencias de valores, que no en pocos y determinados casos se observan entre sus miembros.
Desde luego no se puede ni se debe hacer leña del árbol caído, pero tampoco se puede obviar una realidad que se evidencia por sí misma. Muchos acceden hoy a las hermandades por motivos tradicionales de familia. Otros por puro esnobismo o por los vínculos de amistad y otras razones domésticas y extra cofrades orientadas a determinados posicionamientos y sus consecuencias.
Los hay también con perdón, quienes se creen los redentores o salvadores de la patria o lo que es lo mismo, protectores de su hermandad por haber nacido en tal o cual Barrio cerca de la Iglesia correspondiente. Pero sus vidas y sus afectos cofrades no pasan del Domingo de Ramos y lo que es peor, sólo llega hasta la recogida de la Soledad, porque al Resucitado, que es el fundamento y el espíritu principal de todo lo anterior, ni caso.
Caminamos ya superando el primer decenio del siglo XXI y la sociedad se encuentra inmersa y sumergida en una muy profunda crisis económica y de valores. Y nos toca a todos resolverlas. Y también le toca ¡cómo no! a nuestras hermandades y cofradías. Y en consecuencia, también le toca a la Semana Santa, de establecer un paralelismo con su ciudad sin perder la transmisión de sus objetivos, que siempre ha tenido en su base, cimentada por la esencia exclusiva de la fe cristiana y católica, que le lleva a la piedad y a la religiosidad popular y no en convertirlas como si fuera un ente social o cultural como tal vez enmascaradamente se pretende.
Estos son valores que no deben perderse porque forman parte del mensaje evangélico y universal. Son como los espejos del alma a mostrarse ante una sociedad totalmente secularizada, donde solamente prima el ocio, la diversión, que no obstante es respetable y cómoda, y que a veces incluso se fomenta gratuitamente. Y por tanto, resulta más agradable, apetecible y difícil de renunciar a ella. Pero no por eso, motiva descuidar esos otros valores que la especie humana lleva implícitamente dentro de su corazón desde que nace, aunque le cueste admitirlo, reconocerlo y prodigarlo sea creyente o no, porque al final todo conduce a encontrarnos, solos, despojados, fríos, desnudos y en el mismo sitio. Solamente con la presencia de Dios que aun viviendo a espalda de ÉL ¡Nunca nos abandona!