La Semana Santa
La Semana Mayor como también se la conoce está cerca y oportunamente hablaré de ‘la nuestra’. Pero hoy me referiré a la Semana Santa en general, por considerarla como una de las celebraciones más antigua, tradicionales y representativas del pueblo español en toda su extensa geografía. Raro es encontrar una comunidad en donde no se celebre esta manifestación religiosa, independientemente de cualquier otro matiz distinto, sea éste del carácter que sea.
Pero para hablar de ella con conocimiento de causa y con verdadero rigor, habría que remontarse casi a seis siglos más atrás, que fue cuando aparecieron estas celebraciones, que deben su existencia a las hermandades y cofradías, cuyas corporaciones, fueron las que tan amorosamente con fines altruistas, sociales y caritativos, la crearon, bajo el nombre o el auspicio del culto y la devoción a una imagen de Jesús o de María, generalmente.
Y seguir hablando de su origen y de su fundamento, resultaría una tarea compleja y hartamente difícil en tan corto espacio. Pero sí el suficiente para aclarar algunos conceptos y otras breves razones para explicar no sólo su existencia, sino el exacto conocimiento que de ellas no se tiene. O lo poco que se sabe con certeza de su vida interna y sus manifestaciones más perentorias.
Pero de estas manifestaciones, son las externas las más conocidas aparentes y popularmente. Y entre ellas significativa y supuestamente: las procesiones. Procesiones creadas por las propias hermandades y cofradías, cuya soberana presencia en la Iglesia, datan del siglo XVI y permanecen en ella firmes e inexorables desde entonces, destacándose además como las únicas corporaciones de laicos, que permanecen firmes e ininterrumpidamente dentro de su seno.
Sin embargo esta razón no significa ni da lugar a que sus manifestaciones públicas -las procesiones para entendernos- sean consideradas como “las procesiones de los curas”. Los curas no son responsables directos de las procesiones ni la Iglesia tampoco, incluso en ocasiones, discrepan de ellas por otros conceptos bien distintos. Otra cosa es -no confundir- el amparo, la sede y la dirección espiritual que les prestan.
Pero volviendo a las procesiones de la Semana Santa considerándolas como puras manifestaciones públicas aun exentas de su fe, aunque con ciertamente la tengan -guste o no- cuentan con el apoyo más popular y generalizado del pueblo español, tanto de los creyentes como de los no creyentes. Y su poder de convocatoria es tan alto y manifiesto como real. A diferencias de otras celebraciones populares que saltan a la vista.
Y es que la Semana Santa tiene algo especial dentro del espíritu religioso que indiscutiblemente poseen. Por eso no sólo atraen, sino que transgreden más allá de ese aspecto espiritual y religioso que sostienen. Y sus efectos repercutibles si desaparecieran se podrían equiparar salvando la distancia -a lo que fue la burbuja inmobiliaria- en un sentido distinto, pero similar en cuanto a sus resultados, los cuales, nos deberían de servir de ejemplos y reflexión para no matar a la gallina de los huevos de oro.
¿Cuántas riquezas mueve la Semana Santa? ¿Cabría preguntárselo a la cantidad de profesionales, artistas, artesanos, comerciantes, industriales, incluso a los gobernantes y a un larguísimo etcétera de beneficiados, que se sustentan a través de su figura y de sus demandas? ¿A cuántas personas ayudan y socorren no solamente ayer, sino hoy y siempre?
La Semana Santa como la manifestación popular más antigua (cinco siglos la contemplan) no tiene ningún parangón posible ni otra similitud mayor que la suya propia. Es una mezcla lúdica y religiosa que se celebra en todas las comunidades, pueblos y ciudades de España: Galicia, Valladolid, Murcia, Sevilla, Málaga o Arcos, dentro de las connotaciones propias de cada lugar. Y tiene el respaldo de una gran participación de personas tanto autóctonas como foráneas de dentro y de afuera del País. Y esto constituye una fuerza, una realidad y un ímpetu imposible e imparable de erradicar o detener.
La Semana Santa se mantiene viva por definición propia y también por la complacencia de sus fieles, seguidores y del pueblo en general, cuya apreciación es tan clara y manifiesta que está fuera de toda duda y de cualquier otra “acción” o “comentario” destructivo.
Por tanto, la Semana Santa contemplada bajo estos parámetros, no tiene comparación ni discusión posible con algo que se le parezca o que atente a la sensibilidad, a las raíces y a los más profundos sentimientos de las costumbres y tradiciones de todo un pueblo, que como el nuestro ¡siente! y sabe mantener y defender lo que es suyo, justo y más razonable.