Los grandes templos de La Isla
Imprescindible es reconocer que, con independencia de la ideología de cada uno, el Patrimonio religioso está entre los que más brillan dentro de nuestra ciudad, no tanto a nivel cuantitativo o cualitativo si nos comparamos con otros municipios de la propia mancomunidad, sino por ser, prácticamente, lo único monumental que a día de hoy se conserva, se usa y se puede visitar.
El origen del templo religioso isleño lo encontramos en el castillo erróneamente conocido como de “San Romualdo” por la tradición historiográfica, al estar documentada allí la existencia de una capilla dedicada a Santa María desde, al menos, el siglo XIV.
No obstante, en los primeros años del siglo XVI, la necesidad ciudadana de contar con un inmueble propio dada la naturaleza privada de esta capilla sita en la fortaleza, originó el establecimiento de la que primera iglesia parroquial isleña a tenor de los datos aportados por el historiador Mósig Pérez. Esta iglesia, consagrada a San Pedro y muy cercana al castillo, fue la encargada de satisfacer las necesidades espirituales de los feligreses durante todo el siglo XVI, hasta quedar en ruinas tras el asalto anglo-holandés de 1596 y trasladarse sus funciones parroquiales al primitivo ribat. No se sabe con certeza si el lugar ocupado por la parroquia en el interior de la fortaleza fue el antiguo oratorio de Santa María pero sí está documentado, por Mósig Pérez, que el edificio rectangular techado a dos aguas tradicionalmente identificado como tal no es sino una capilla que la hermandad del Rosario encargó para uso privado ya en el siglo XVIII. Recientes intervenciones arqueológicas han puesto de manifiesto que, casi con toda probabilidad, ésta ocupase uno de los cañones laterales de la fortificación, en concreto, el que da a la plaza Sánchez de la Campa, o bien, el que conecta con la citada capilla de Nuestra Señora del Rosario.
Un siglo y medio después, esta primera parroquia acabaría trasladándose definitivamente a la, por entonces, recién construida Iglesia Mayor Parroquial, que fue entregada por el obispo Fray Tomás del Valle a la feligresía en 1764; siete años después del inicio de las obras. La nueva iglesia presenta, según Cano Trigo, “una arquitectura sobria con ciertas reminiscencias coloniales”, cuyo valor monumental no supone tanto como a nivel histórico, ya que en ella prestaron juramento las primeras cortes constituyentes de España el 24 de septiembre de 1810, en pleno asedio francés.
No obstante cabe destacar que cuando este hecho se produjo, ya eran varios los templos que habían proliferado a lo largo del camino real a Cádiz.
Por ejemplo, ocho décadas antes de la consagración de la nueva Iglesia Mayor (1680), fue construido, casi al otro extremo de la naciente ciudad, un templo de carácter provisional donde los carmelitas ejercerían sus funciones hasta la construcción del definitivo en 1733. Este nuevo templo -que es el que a día de hoy se sigue conservando- se circunscribe, según Dobado Fernández, en el denominado “estilo carmelitano” por su “barroco moderado de profunda impronta clasicista”. La fachada se articula así en tres calles divididas por pilastras de orden toscano. La central, más amplia, está coronada por un frontón triangular rematado en cruz mientras la singular espadaña se dispone sobre una de las laterales. La portada está compuesta por dos pilastras culminadas en un frontón partido para albergar la hornacina con la Virgen del Carmen, obra de Cayetano de Acosta.
Años más tarde, en 1740 se levantaría la iglesia-hospicio de los franciscanos sobre unos terrenos cedidos por el matrimonio Arriaga. Así lo indicó el estudioso Manuel E. Baturone Santiago tras sumergirse en los archivos de la orden. Este edificio también fue intensamente reformado y ampliado al acogerse bajo la jurisdicción castrense en 1765, pues con el traslado del Departamento de la Marina a San Fernando, dichas autoridades requirieron una sede eclesiástica digna de su rango donde los padres franciscanos pudiesen prestarle el correspondiente servicio espiritual.
De estructura sencilla y siguiendo las líneas más clásicas, dijo Velasco García, en referencia a su fachada: “la forma circular que presenta el frontón le da al conjunto una sensación de movimiento y ligereza en contraposición con las líneas más rectas del arquitrabe. La espadaña aparece como una franja vertical en el centro, abierta por motivos lumínicos y visuales, consiguiendo cierto dinamismo entre planos laterales y vacío central. El ondulado de la misma es característico de la arquitectura popular del siglo XIX”.
La capilla de la Compañía de María fue inaugurada en 1760 junto al resto del convento y las dependencias escolares. El complejo surgió de la remodelación de una finca previa cedida por el ya citado matrimonio Arriaga, disponiéndose el hogar de la comunidad a la derecha, y el colegio a la izquierda, con todas sus dependencias distribuidas en torno a cuatro claustros que en su día contaron con aljibe. En medio, la iglesia, de estilo barroco. Fue descrita por López Garrido y Martínez Montiel como una planta de cajón cubierta por dos tramos de bóveda de cañón, seguida por otra de media naranja sobre pechinas a la altura del altar mayor. Posee un zócalo muy pronunciado, doble cornisa recorriendo las paredes y artísticas molduras adornando los ventanales.
Ocho años después, en 1768 se inauguraría también la capilla de San José junto al resto del hospital del mismo nombre bajo iniciativa del mencionado Fray Tomás del Valle. Este oratorio, concienzudamente estudiado por García-Cubillana de la Cruz, presenta planta de salón compuesta por tres naves divididas, a su vez, en cuatro tramos. Estos tramos están compartimentados mediante arcos de medio punto y cubiertos con bóvedas de crucería. La nave central, de mayor amplitud, está presidida por un retablo de madera imitando mármol con apliques en pan de oro.
Ya, en el último cuarto del siglo XIX, la reparcelación las actuales áreas del Santo Cristo y La Pastora dieron pie a la necesidad de contar con nuevas iglesias. La primera, en el antiguo barrio del monte, sobre terrenos cedidos por Juan de Madariaga -Marqué de Casa Alta- y, la segunda, en el manchón antaño perteneciente a Olea, tras el castillo de San Romualdo.
El “Cristo Viejo” (1784) como popularmente se le conoce es, según Muñoz Rey, un “ejemplo único” por su interpretación popular de la arquitectura neoclásica en la zona. Su particular estilo se debe especialmente al academicismo arquitectónico reinante por aquel entonces en la capital gaditana y cuyos principales promotores llegaron a estar fuertemente vinculados a la Isla de León; el ilustrado Marqués de Ureña, a quien debemos, ni más ni menos, que los planos del Real Observatorio, y el reconocido arquitecto Torcuato Cayón, cuyos elementos neoclásicos influenciaron al artífice y principal impulsor de la por entonces joven capilla del Santo Cristo; Juan García Quintanilla. El resultado es una capilla elegante, sobria, armoniosa, que destaca por su composición a base de elementos puramente clásicos y que, pese a estar concebida desde un principio como edificio provisional mientras se llevaran a término los trabajos de la inconclusa iglesia del Salvador –cuyos cimientos aún deben reposar bajo la actual plaza del Cristo-, fue, finalmente, la que llegó a convertirse en parroquia hasta bien entrado el siglo XX, momento en que el nuevo templo del Santo Cristo recogió el testigo.
Sobre la Divina Pastora, poco podemos decir más allá del excelente trabajo de investigación publicado por Mósig Pérez en 2004. Fue inaugurada en 1793 sobre unos terrenos donados por Juan de Malpica tras cuatro años de trabajo a manos de los obreros del Arsenal, quienes se ofrecieron a trabajar altruistamente en sus días libres para dignificar el culto a una devoción que comenzaba a calar hondo desde su altar en el patio de Olea.
Se trata de una iglesia neoclásica con una sola nave de planta rectangular y tejado a dos aguas rematado por espadaña -esta cubierta no se materializaría hasta bien entrado el siglo XIX-. La decoración de sus fachadas se reduce a varios pares de pilastras adosadas paralelamente a las laterales que van marcando los tramos en el interior. Éstas, de poco resalte, culminan en una cornisa perimetral corrida a lo largo de los cuatro frentes del templo. La fachada principal está rematada por un frontón triangular con modillones rectangulares en sus aleros, mientras otros, circulares, cubren las ventanas y la puerta principal. El interior es una planta de cajón cubierta con bóveda de cañón corrida, el coro a los pies y, presidiendo, el retablo de la titular.
Es evidente que los obreros tomaron como referencia a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, construida pocos años antes en el propio Arsenal de La Carraca y de muy similares características a tenor de los datos aportados por Barros Caneda.
No concluiremos este nuevo artículo de Patrimonio La Isla dedicado a las iglesias de la ciudad sin citar al hoy Panteón de Marinos Ilustres. Dicho edificio, destinado originalmente a iglesia, comenzó a construirse en 1789 a fin de satisfacer las necesidades espirituales de la por entonces naciente Población Naval de San Carlos, bajo el título de “La Purísima Concepción”. Gracias a las investigaciones de Torrejón Chaves sabemos que desavenencias económicas y sociales malograron la conclusión del inmueble, que, tras cuatro décadas de abandono, asumió su actual función como Panteón de Marinos Ilustres por Real Orden promulgada en 1850.
Hemos preferido obviar por falta de espacio a importantes templos ya desaparecidos como el de San Antonio de Padua, La Asunción o Nuestra Señora de la Salud. Lo mismo ocurre con las diferentes capillas establecidas en comunidades educativas y religiosas durante el siglo XIX y principios del XX, entre ellas, la de San Juan Bautista de la Salle, la de la Milagrosa –en el antiguo hospital de San Carlos-, la de las Hermanas Carmelitas o la de Capuchinas. Tampoco a las modernas iglesias que proliferaron en San Fernando durante la segunda mitad del siglo XX para cubrir las necesidades religiosas de los nuevos barrios periféricos: San José Artesano, San Marcos o San Servando y San Germán, dado que su interés histórico-artístico es prácticamente nulo.
De modo que ya sabéis: para disfrutar, y aprender a interpretar los tesoros que esconden nuestras iglesias no es necesario pertenecer a ninguna orden religiosa, ni ir a misa cada domingo del mes. Sólo tener cierta sensibilidad artística e interés por indagar en nuestro pasado, en el de nuestros abuelos y tatarabuelos, porque como siempre decimos, el amor por el Patrimonio no entiende de ideologías.
Alejandro Díaz Pinto
Me parece genial el trabajo realizado referente a las distintas Iglesias de la Isla,yo tengo el honor de pertenecer a la Hdad de Vera+Cruz y tener una joya como la Capilla,es un privilegio.Un saludo