La Perla Neoclásica de La Bahía
Muchos se dieron cita ayer en el Centro local de Congresos, pero muchos faltaron también entre las filas del gran auditorio perdiendo así una oportunidad de oro para deleitarse con el trabajo de investigación más completo hasta la fecha acerca de la capilla del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, de la mano de la doctora en Arte y Humanidades doña Yolanda Muño Rey, y amparada por los miembros de la Real Academia de San Romualdo.
Para algunos, ejemplo único del neoclásico gaditano en San Fernando, para otros, un emblema de la nostalgia que invade los recuerdos de su ya lejana infancia, y por último estamos aquéllos que reivindicamos cada campana, cada almena, cada sillar de roca ostionera, que defendidos a ultranza por nuestros antepasados, nos sentimos en la obligación de perpetuar de cara a futuras generaciones de isleños.
Y es que todos sabemos la terrible situación que actualmente asuela a los hermanos de la Vera Cruz, única entidad encargada durante siglos del mantenimiento del “Cristo Viejo”, que, al completar el proceso administrativo de la auditoría que justificaba la ejecución del 50% del proyecto –trabajos en los que se invirtió el 75% de la subvención concedida por la Junta-, se encontró con un problema ante la indisponibilidad presupuestaria del organismo autonómico para cumplir con el 25% restante, cantidad a la que la propia entidad tampoco pudo hacer frente tal y como estipula la normativa vigente en este tipo de procedimiento.
Muñoz Rey puso sobre la mesa la necesidad de conservar este bien inmueble que, como rezaba el título de la conferencia, se trata de un “ejemplo único” de interpretación popular de la arquitectura neoclásica en la zona. Un templo nacido para el refugio espiritual de aquellos vecinos que con el crecimiento económico y demográfico propiciado por la instauración de las dependencias de la Armada en la Isla, durante la segunda mitad del siglo XVIII, fueron poblando las antiguas tierras de Juan de Madariaga, marqués de Casa Alta, tal y como estaba ocurriendo en otros señoríos de la antigua villa entre los que podríamos destacar los de Olea o el actual Zaporito.
Su particular estilo se debe especialmente al academicismo arquitectónico reinante por aquel entonces en la capital gaditana y cuyos promotores fundamentales llegaron a estar fuertemente vinculados a la Isla de León; el ilustrado Marqués de Ureña, a quien debemos, ni más ni menos, que los planos del Real Observatorio, y el reconocido arquitecto Torcuato Cayón, cuyos elementos neoclásicos influenciaron al artífice y principal impulsor de la por entonces joven capilla del Santo Cristo; Juan García Quintanilla, además de otras características estipuladas desde la Academia como su orientación al Éste para buscar una mayor luminosidad y aspecto diáfano, sin obviar esa decoración sencilla a la que nos tienen acostumbrados los artísticas neoclásicos donde toda la complejidad barroca anterior quedaba reducida a exaltar los motivos centrales en los retablos. Sobre su ejecución existen varias teorías, pues aunque lo lógico sería recurrir a carpinteros y artesanos locales, en palabras de Muñoz Rey, no sería extraño pensar en la posible participación de Cosme Velázquez, entonces director de Escultura en la Escuela de Nobles Artes de Cádiz y de gran relevancia en las élites culturales del momento. El resultado es una capilla elegante, sobria, armoniosa, que destaca por su composición a base de elementos puramente clásicos y que, pese a estar concebida desde un principio como edificio provisional mientras se llevaran a término los trabajos de la inconclusa iglesia del Salvador –cuyos cimientos aún deben reposar bajo la actual plaza del Cristo-, fue, finalmente, la que llegó a convertirse en parroquia hasta bien entrado el siglo XX, momento en que el nuevo templo del Santo Cristo pasó a recoger el testigo.
Durante el proceso de intervención se pudo comprobar que, casi con toda seguridad, los primeros altares estarían reducidos a simples nichos abiertos en el muro con pinturas murales como elemento decorativo, incluyendo su parte inferior, a modo de mesa sobre la que disponer mantelería, candelabros y demás enseres litúrgicos. Estos nichos serían posteriormente sustituidos por sencillos retablos formados por un frontón triangular sobre pilastras de orden jónico y su correspondiente mesa de altar, todo ello decorado con una exquisita policromía a base de colores claros que, hasta las labores de restauración llevadas a cabo por la escuela-taller Cristo Viejo -colectivo encargado de realizar los trabajos de restauración-, permanecían ocultos bajo un desafortunado repinte al aceite en tono gris naval, que es el que ha sobrevivido al actual imaginario colectivo.
Pero no sólo los retablos han sido víctimas del inexorable paso del tiempo. Los interiores se encontraban ocultos bajo innumerables capas de pintura plástica, nefasta para la conservación de la piedra. El techo de carpintería de Ribera permanecía oculto bajo uno falso de mampostería que ocultaba del alarmante estado de pudrición en el que se encontraban algunas de las vigas, y es que la capilla ha sufrido filtraciones pluviales desde el momento de su construcción; absorbiendo los retablos todos estos problemas de humedad que a partir de ahora, y gracias a un nuevo sistema de anclaje aplicado por los profesionales de la escuela, se ha logrado frenar a tiempo.
Instamos desde aquí a las autoridades competentes: municipales, autonómicas y eclesiásticas, para llegar a un acuerdo común y solventar, de una vez por todas, la lamentable situación que continúa haciendo sombra a la capilla de la Vera Cruz. Y es que no sólo está en peligro el futuro de esta pieza de incalculable valor histórico para los ciudadanos de San Fernando sino que también tiene en jaque a los hermanos de una entidad que con gran perseverancia han sabido salvaguardarla de una más que probable demolición como antaño ocurrió con la capilla de Nuestra Señora de la Salud, la de la Asunción o la dedicada a San Antonio de Padua, joya arquitectónica que el propio Cayón nos legó para acabar siendo demolida. No confundamos lo “antiguo” con lo “viejo”, y no permitamos que nuestro Cristo Viejo acabe como tantas otras capillas isleñas que hoy sólo son recordadas gracias a un par de fotos viradas a sepia, u ocultas en algún rincón de la memoria de nuestros abuelos.
Alejandro Díaz Pinto