Malos tiempos para la lírica
El panorama es desolador. Tan desolador que ni la salada claridad de esta tierra es capaz de animar tanta desesperanza, tanto desencanto ni tanto pesimismo. Trilogía de sinónimos que, a borbotones, marcan el comienzo de cada día y atisban la oscuridad de un horizonte que es totalmente antagónico con la lontananza que cada tarde se divisa a través de las isleñas aguas que rodean al Castillo de San Fernando. Nuestra luz, la luz de la que hace gala este rincón apartado –y dicho con todo el sentido que este vocablo es capaz de almacenar– es cada vez más tenue y parece que perdemos por momentos la ilusión necesaria para afrontar un futuro desafiante, tremendamente desafiante. Todos jugamos un papel primordial y se hace necesario que cada uno ponga un grano de arena para, a pesar de la tormenta que nos azota y parece que seguirá azotando, salir adelante y no es fácil palabrería.
Como cantara en su día Golpes Bajos y a modo de metáfora, corren malos tiempos para la lírica. No lo estamos poniendo nada fácil. España es una gran nación que corre un excesivo riesgo de fragmentación. No es alarmismo, pero las bases para una recuperación económica no se centran en las estructuras cimbreantes de un país que últimamente sólo ha estado de acuerdo, y ha sido unánime, a la hora de colgar rojigualdas en los balcones, alardeando el contrasentido de unos chicos que, en un extremo han mostrado lo que se es capaz de conseguir con humildad, sacrificio, fe y esfuerzo. Todo para remar en una sola dirección. Y en el otro extremo registran unas cifras con salarios astronómicos que enturbian a todas luces, lo conseguido por ese noble y ejemplar grupo de deportistas de élite.
Extrapolando la economía global, desde sus términos macroeconómicos, a la de cualquier familia de este país, los ajustes de cuentas son muy necesarios, casi indispensables. Apretarse el cinturón también, pero algo falla. La cara y la cruz del futbolista de élite nos da una pista al igual que el anverso y reverso de la cada vez más denostada clase política. El ciudadano de a pie, el protagonista de esa economía a pequeña escala, está ya situado en la línea de salida pero ¿y el resto de los actores de este melodrama? No hay gestos y si los hay no se dan a conocer lo suficientemente. La gente comienza a estar harta de ver que se rema en la misma dirección, pero no todos a la vez. El funcionario, miembro de esa afortunada especie que, por ejemplo, mantiene a Dios gracias el tejido comercial de nuestra ciudad, tiene el derecho de decir basta, al igual que los empleados y empleadores de las Pymes que, a duras penas, pueden mantenerse. Faltan gestos, gestos de aquellos que no paran de tirar del cinturón sin darse cuenta que los agujeros se terminan y la estrechez de la cintura no da para más.