Expediente: Casa de Los Henry
Tras una investigación poco fructífera en la Hacienda de San José, dimos con esta peculiar casa casi por casualidad, gracias a un streaming de otro grupo de investigación de la zona. No esperábamos encontrar nada especialmente llamativo, pero algo en aquella transmisión nos intrigó. Algunos la llamaban "la casa cuna de Puerto Real", otros "la casa de la casa cuna de Puerto Real".
La confusión con los nombres nos llevó a preguntarnos: ¿Por qué tanta insistencia en vincularla con la antigua institución? La explicación radicaba en su ubicación. Se encontraba justo al lado de la que en su día fue la casa cuna de la ciudad, un edificio con su propia historia y su cuota de misterio. Sin embargo, esta casa en particular nunca había formado parte de dicha institución, ni compartido dueño o funciones con ella. Aun así, la cercanía entre ambas había generado cierta asociación en el imaginario colectivo, hasta el punto de fusionar sus historias en una sola, como si las sombras de ambas construcciones se hubieran entrelazado con el tiempo.
Con el equipo de AGIP consolidándose como un grupo más estable y organizado, nuestras investigaciones se volvieron más frecuentes y rigurosas. Habíamos perfeccionado nuestras técnicas: La spirit box, por ejemplo, se utilizaba dentro de una bolsa de Faraday para evitar interferencias de radio, asegurando que cualquier voz o sonido captado tuviera mayor credibilidad. También comenzamos a definir mejor nuestros roles dentro del grupo, permitiendo que cada uno de nosotros se especializara en distintos aspectos de la investigación. Con el tiempo, además del aprendizaje técnico, nos dimos cuenta de que nuestra amistad también se fortalecía, convirtiéndose en un pilar fundamental para afrontar las largas noches de exploración.
La primera vez que visité el lugar en persona, me sorprendió la facilidad con la que había pasado desapercibido para mí hasta entonces. A pesar de haber transitado por la zona en varias ocasiones, nunca me había detenido a observarlo con atención. Ahora, bajo la luz tenue del atardecer, el sitio adquiría una presencia casi magnética. No era solo una casa; era un conjunto de estructuras que sugerían un pasado más complejo de lo que habíamos imaginado.
El complejo estaba compuesto por varios establos en ruinas, antiguos almacenes con puertas de madera carcomida, una pista de tenis cubierta de maleza y un amplio terreno donde el tiempo parecía haberse detenido. En el centro, dominando el paisaje, se alzaba la casa principal: una imponente construcción de tres plantas con un sótano, cuyos muros aún conservaban rastros de su antigua grandeza. Las ventanas, muchas de ellas rotas o cubiertas de tablones, daban la impresión de ojos vacíos que observaban a los intrusos.
Desde el primer momento, tuve la sensación de que aquella casa guardaba secretos. No era solo el estado de abandono lo que generaba esa atmósfera inquietante; había algo más, una energía difícil de describir que parecía flotar en el aire. Y lo más curioso es que, cuanto más tiempo pasábamos allí, más nos convencíamos de que la casa quería contar su historia.
Tras caer la noche, comenzamos nuestro primer reconocimiento del lugar. Con las linternas en mano y el equipo listo, exploramos cada rincón con cautela. La casa, envuelta en la penumbra, parecía aún más imponente. Sus muros desgastados y la vegetación que comenzaba a reclamar lo que alguna vez fue suyo le daban un aire casi irreal, como si estuviéramos caminando dentro de una historia olvidada.
Durante el recorrido, además de inspeccionar el interior, descubrimos un antiguo pozo, oculto entre la maleza y parcialmente cubierto por escombros. Su presencia nos intrigó de inmediato. Los pozos, en muchas investigaciones previas, habían resultado ser puntos de gran carga energética, y este no parecía ser la excepción. Nos preguntamos cuánta historia podía ocultar en sus profundidades y si, con el tiempo, descubriríamos algo más sobre su uso en el pasado.
Realizamos varias pruebas, centrándonos especialmente en los establos y en ciertas zonas de la casa. Uno de los detalles que más nos llamó la atención fue la presencia de una imagen de un Cristo en los establos. Su deterioro, el polvo acumulado y la forma en que la luz de nuestras linternas jugaba con sus facciones le daban un aspecto inquietante. Nos preguntamos si había sido colocada allí para proteger el lugar o si, por el contrario, guardaba alguna historia oscura detrás.
Sin embargo, a pesar de nuestras expectativas, la noche no nos regaló grandes resultados. No captamos sonidos extraños en la spirit box, las psicofonías no revelaron nada, las mediciones de campo se mantuvieron estables y las fotografías no mostraban nada fuera de lo común. Fue un intento fallido. La sensación de decepción flotaba en el ambiente, pero sabíamos que en este tipo de investigaciones, la paciencia era clave.
Decidimos dejarlo por esa noche. Pero lo que en ese momento no imaginábamos era que aquella no sería nuestra última visita. Con el tiempo, regresaríamos muchas veces más, armados con nuevas técnicas y con un conocimiento más profundo del lugar. Con cada investigación, reuniríamos pruebas sorprendentes, nos enteraríamos de leyendas desconocidas, descubriríamos el verdadero nombre del sitio y desentrañaríamos historias que ni siquiera habíamos sospechado.
Esta experiencia nos dejó una lección importante: aunque una noche parezca vacía y sin respuestas, nunca debes dar un sitio por perdido. A veces, los secretos más grandes solo se revelan a quienes están dispuestos a regresar una y otra vez.