Publicado el: Mié, 22 Dic, 2021
Opinión

Una historia real

Fotografía. Enrique Rojas Guzmán.

...Y como siempre que la mira, las pupilas de José titilan a compás de los temblores de senectud de sus manos. Y las manos de María, impolutas, llenan de arrugas una piel cargada de años. Ambos tienen aún memoria, una memoria que a veces, solo a veces, descose jirones de tiempo. Una memoria que late en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Una memoria que recrea el paso del tiempo.

Por eso ambos, a pesar de la vida, se siguen mirando con la misma ternura, porque se siguen reconociendo. Por eso él ve a María, bendita todavía entre todas las mujeres, como la virgen más hermosa del mundo. Hermosa como siempre.  Y María hace sin querer alardes de musa despistada.

Fuera, en la calle y sus alrededores, la noche congela este veinticuatro de diciembre que, como aquel de entonces, amenaza lluvia. Aquella noche en la que nació Jesús, su único hijo.

Las luces iluminan un mundo vacío, una ciudad enferma, daño colateral de una pandemia que se ha metido en sus calles y entre su gente. Fuera nace poco a poco una nochebuena que, como aquella de entonces ya es distinta.

El rielar de la luna hace que la luna parezca una estrella de oriente.

La cena es escasa, cuatro miajones de besos multiplicados, las manos trenzadas a la altura de los dedos, una mirada cómplice que ya por fin se ha hecho eterna, y poco más. Le cena se enfría mientras esperan. El tiempo no tiene pausa ni prisas y camina lento. Ambos se miran y una media sonrisa se les dibuja en la cara.

La espera dura ya demasiado, como todas esas esperas en las que las manecillas del reloj parece que van más despacio.

Jesús llega puntual. Llama a la puerta. José y María se remiran de nuevo y él se levanta para caminar torpemente, con esa manera de andar gastada por los años. Jesús siempre ha sido su luz, desde que nació hace hoy un puñado de años. Hoy la soledad queda en entredicho.

No hay virus que impidan los besos y los abrazos cuando los abrazos y los besos se necesitan. Nada llena más la noche que la presencia de su niño eterno, porque a pesar del tiempo Jesús sigue siendo su niño.

La cena sigue siendo escasa, pero el pequeño Jesús ha venido a hacer el mismo milagro de cada año.

Y ajena a todo la ciudad sobrevive, febril, como si no pasara nada. Como si no fuera real esta historia desapercibida.

Sobre el autor

- Una opinión no es válida hasta que se compara con otra.

Deja tu opinión

XHTML: Puedes usar las siguientes etiquetas HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>