Verdades embusteras, mentiras verdaderas
Hay mentiras que parecen verdades y hay verdades que parecen mentiras. Hay entonces engaños, hay también verdades increíbles. La verdad, esa que nace de la esperanza y que sirve de alimento a todas las religiones verdaderas. A veces es amarga, como una puñalada, mentira a veces cuando se vuelve fanatismo. No hay religión que no lleve la verdad por bandera. Creerse dueño de la verdad es el primer síntoma de sectarismo.
Me dan miedo las verdades que van de puerta en puerta, la que se mete en un libro y se vuelve sagrada, la que vive en los altares, la de las huríes del paraíso, la que es cómplice del miedo y sirve para manipular a toda persona que necesita de un clavo ardiendo al que agarrarse. La que se victimiza y encima te hace cargar con la culpa, con tu culpa, con tu grandísima culpa. Esa verdad que muere y que mata. Esa verdad que aún se mantiene en nuestra cultura, en nuestros quehaceres diarios. Esa verdad sacrosanta que hace daño, que aleja de realidades. Esa verdad que nos distancia en cambio de la verdad.
La verdad es un arma de doble filo, pero no hay nada que hiera más que una verdad absoluta. Hay verdades tuyas y mías, esas que forjan nuestro carácter y nuestra forma de ver el mundo. ¿Tu verdad? no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela. Si lo miramos desde el punto de vista filosófico, la verdad es adecuar nuestro concepto de la realidad con la propia realidad. Esa verdad que implica una relación entre una inteligencia y una realidad.
La verdad nos hará libre, pero ¿qué verdad? Porque la verdad es frágil, tanto que incluso el silencio puede corromperla. Y si salimos a buscarla corremos el riesgo de que nos la encontremos y nos abra los ojos, y nos cambie la vida, y nos incomode. Y ¡cuidado!, podemos confundirla con los sentimientos. La única verdad absoluta es que la verdad es relativa.
Hermana de la mentira, ambas son hijas del tiempo. Ese tiempo, amigo eterno, que siempre está ahí.
Cuando la verdad nos adula nos la bebemos de un trago, la predicamos, la lanzamos a los cuatro vientos para que llegue a la gente, para que se multiplique. Pero ¡ay! si la verdad es amarga, entonces preferimos beberla a sorbos, gota a gota.
Hay mentiras que parecen verdades y hay verdades que parecen mentiras, ahí debe estar entonces nuestro raciocinio -lo único que nos diferencia de los animales- para ver, de todas las verdades con las que nos cruzamos a diario, cuál es la nuestra.