La hora del tiempo
A veces es necesario que pase el tiempo para darnos cuenta de su importancia, ese tiempo mismo que otros malgastan, que se pierde a veces, que se vuelve momento y termina siendo un recuerdo. O un olvido.
El tiempo es un espejo donde nos miramos y entonces vemos: risas con forma de arrugas, heridas que marcaron caminos, recuerdos que se cambian de acera, palabras aprendidas con el tiempo, donde nos vemos a nosotros mismos como si no fuésemos nosotros. Panta rei, que diría Heráclito.
Lo malo del tiempo es cuando huele a alcanfor, cuando aquellos amigos que de verdad lo fueron echan en cara ausencias, cuando viene con achaques, cuando no se tiene porque a veces la vida nos lo quita de manera irremediable. Lo peor es que da la sensación de que el tiempo es más rápido en los buenos momentos y se hace eterno en la espera, en la incertidumbre y en las soledades. No hay nada peor que el aburrimiento.
Y sin embargo el tiempo no muere nunca. Viene y va, nos lleva y nos trae, nos marca el camino, nos agarra y nos suelta, nos presiona, nos alivia, nos acerca, nos aleja, nos acaba curando las enfermedades del alma, pero también nos mata.
El tiempo, cuando se vuelve justicia, pone las cosas en su sitio, hace ley, porque no hay mejor testigo que el tiempo, ese tiempo que descubre mentiras, que desenmascara, que muestra realidades que a veces duelen, a veces desahogan y veces sangra. Qué sería de nosotros sin el tiempo.
Hoy he notado que el tiempo también evita saludos, desmemoria a aquellos que un día fueron amigos y los vuelve desconocidos y ya no recuerdan ni tan siquiera tu nombre.
Necesitamos tiempo para detenernos y mirarnos a los ojos, y abrazarnos, y hacer pareidolia con las nubes y ponernos en el lugar del otro, y sentirnos mutuamente, y reír, y llorar, y descubrir porqué estamos tristes o contentos y seguir viviendo, y descansar y aprender a morir.
Necesitamos sí, el tiempo aquel que un día abandonamos, el que perdimos haciendo cosas que debieron ser evitables, el tiempo que entonces, cuando vivíamos deprisa, creíamos que nunca se acababa y era sólo un lastre. Pero no, el tiempo tampoco juega a los dados.
Creo en la magia de esas personas que detienen el tiempo, esas personas que cuando aparecen es como si todo estuviera justo donde lo dejaron. Sin excusas, sin rencores, sin dolor. Y es curioso que, sin embargo, el único lamento es no pasar más tiempo con ellas, perdón por la incongruencia.