El luto de la primavera
La mano del hombre enciende el fuego. El mundo está ardiendo, las llamas lo muerden todo, arrasan y lo contagia de humo. Se oye crepitar el aire, crujidos que parecen el lamento del alma de los árboles. Huele a hecatombe, a destrucción masiva.
De pronto todo está rodeado de fuego, fuego que avanza despeinando a los matorrales, dejando sus huellas – rescoldos que aviva el viento- , salpicando con chispas todo lo que va encontrando en su camino.
Asusta el bramido de la humareda, el luto que el fuego va pintando en el monte, el llanto de una primavera que se queda viuda, el galope de la hoguera destruyendo la vida, anegando las flores, callando el sonido de los animales que huyen del infierno. Lenguas de fuego vegetariano lamiendo el verde, candela que avanza por todos los puntos cardinales, viento que azuza a la fiera.
Por eso, cuando el monte arde, se queda sin vida. Cuando se enciende la llama, se apaga la naturaleza, la tierra se queda estéril, el aire se contamina, todo se vuelve ceniza, el suelo se hace añicos, desparecen las plantas, los animales, todo se queda vacío, calcinado.
El fuego, cuando quema la vida, nos desalma.
Lo triste, lo más triste es que, en la mayoría de los casos el fuego procede del ser humano, es culpa nuestra. Tenemos el poder de convertir el paraíso en un infierno en sólo un abrir y cerrar de ojos. Sólo se necesita una cerilla o la colilla de un cigarrillo y una enorme dosis de malditismo, esa enfermedad pandémica que afecta cada vez más al ser humano.
El fuego además, cómplice, quema también las pruebas, como agradeciendo al ser despreciable que le ha dado la vida. Y esa complicidad ayuda. Un incendio es un crimen perfecto. Un crimen que sólo puede demostrarse si te pillan in fraganti, pero si te cogen así entonces aún no se ha causado el daño y sin daño no hay delito y sin delito no hay nada.
La mano del hombre, enciende el fuego; pero también lo apaga. Por eso, mientras yo escribo esto para desahogarme, maldiciendo al culpable de que un monte arda, de que el fuego se esté llevando hectáreas de vida, también hay personas que se juegan la vida por apagar el ese llanto que quema. Héroes anónimos.
La mano del hombre, simplemente depende de cómo ese hombre tenga las entrañas.