Amigos sin adjetivos
Quiero que metas tu dolor en el mío, tu pena en mi pena y tu risa en mi risa, que tu cansancio se alivie con mis pasos y mi cansancio con los tuyos. Si la alegría se comparte la alegría es doble, pero en cambio si lo que se comparte es el dolor este entonces se divide. Lo bueno se hace enorme, lo malo se empequeñece.
Tengo en mi vida un par de amigos infinitos, amigos que están siempre aunque no estén, amigos que no tienen valor, porque no tienen precio. Amigos que no huelen a alcanfor cuando el tiempo apremia y la vida intenta poner distancias.
Si te alejas, un amigo te sigue; si te pierdes, un amigo te guía; si te quedas a oscuras un amigo hace lo que sea por encenderte la luz. Lo que sea, aunque a veces eso cueste otras amistades que no lo son tanto, otros instantes, otros mundos. Otras vidas.
A veces, amigo, tengo necesidad de tus palabras, tengo sed de tu voz, tengo hambre de tu tiempo. A veces echo en falta momentos, el sonido de nuestras palabras interrumpiéndose unas a otras, una interrupción que no es más que el deseo de contar tantas cosas que quedan por contar. Y que al final el tiempo, enemigo eterno de todo, acaba dejando en el tintero.
Un amigo es un hermano del destino, un quiero y puedo en los malos momentos, un imagen en el larario de mi memoria, un mano abierta y extendida, un perdón tachado porque no necesita perdones, es consuelo y paz allá donde muere la duda, donde no queda ni un ápice de las mentiras que navegan a nuestro alrededor.
Un amigo entierra tu miedo y te ayuda a soltar el lastre para que emprendas el vuelo, aunque ese vuelo incluya que te alejes. Lo bonito es ver al amigo emanciparse hasta sus sueños.
Por eso con esos amigos tengo la deuda del tiempo, de la ternura, de la franqueza, tal vez, del aliento, del apretón de manos y del abrazo. Por eso les debo cicatrices, estados de ánimo, risas primero y después llanto, llanto primero que luego fueron risas, y miedos, y demasiados lamentos. Y les adeudo soberbia a veces, y les debo incuria, y la calma que vino después de la tempestad.
Les debo verdades, consejos, enfados...les debo todo aunque sé que ellos no quieren nada.
Sí, tengo un par de amigos infinitos, amigos que son mujeres y hombres, que siguen ahí a pesar de la vida, que tengo la certeza de que seguirán estando.
Amigos que entienden mis palabras aunque no las pronuncie, que entienden la metáfora implícita de una mirada.
Amigos que son como el ciego con el sol, que aunque no lo vea sabe que existe por el calor que desprende, porque les abriga la piel. Amigos a pies juntillas que caminan contigo por ciudades perdidas, que te alumbran y por supuesto, que te azotan si hace falta con su mano inocente.