La vacuna del hambre
El hambre es un virus que te enferma, un virus que empieza taladrando el estómago, sonido del alma que cruje, vacía. Una pandemia que afecta a casi setecientos millones de personas. Pero una pandemia que pasa desapercibida. Su consecuencia, allí donde el hambre hace estragos, es la desnutrición que tendrá luego como punto y final la muerte.
El hambre está en la conciencia de algunos empresarios que lastiman la infancia de niños y pobres, de pobres y niños que no tienen más remedio que vaciar su sangre para bañar los dineros de quien los explota -como si no fuese lo mismo estar vacío que no tener nada -, sueldo a precio de sangre, sangre a cambio de más pobreza todavía. El hambre está en la mirada seca, en el hueco de unos ojos sin carne, cúmulo de tristezas. El hambre está en la piel exprimida, tatuada de huesos a punto de romperse, lábil y quebradiza. El hambre continúa en los pechos devorados de las mujeres del Sahel, sin tierra que llevarse a la boca, tierra sin agua.
El hambre es un virus que te devora, un virus que lo debilita todo, incluso la memoria. La memoria fotográfica de unos niños revolcándose sobre la tierra que los devora, evaporando la fe que el calor y la sequía han convertido en humo negro, humo negro que se pierde por el cielo, negro también, donde los buitres permanecen al acecho. Hambre fiera, hambre que masacra. Que arrasa. Hambre que es también una catástrofe artificial, hambre creada por el hombre, cruel, a su imagen y semejanza. Hambre y hombre de la mano. Hombre y hambre que tanto se parecen, que suenan parecido. El hambre está en aquellos que mueren de hambre.
El hambre es un virus que te apuñala el estómago, un virus que te seca la boca. Puñalada trapera en la barriga, tristeza evidente en los ojos, sequedad en la vida que se deshace. Y lo peor, invisible cuando es ajena. El hambre despierta al hambriento, mientras el mundo primero duerme en paz.
El hambre es un virus que, en cambio, tiene vacuna. El hambre se mata con alimento. Y con agua. Que también el agua evita el hambre. Ese agua que aquí es un derroche, ese alimento que aquí nos sobra. Ese alimento que quién más y quien menos ha arrojado a la basura alguna vez. Desperdicios. El hambre que obliga a jugarse la vida. Morir o morir. Resucitar o quedarse en el camino.
Pero esa vacuna nos da lo mismo...y nos da lo mismo porque no nos afecta. Y volvemos la cara porque el hambre se come a las zonas más pobres del mundo...esos bichos que no sienten. Ojalá el hambre fuese contagiosa, quizás entonces el hambre seria portada en los periódicos, llenaría telediarios, nos cambiaría la vida...y entonces el hambre tendría remedio.