Publicado el: Mié, 2 Dic, 2020
Opinión

Los abrazos que fueron y vendrán

Fotografía. Leonor Montañés Beltrán.

Dame un abrazo tan fuerte que me exprima el alma y me deshidrate de amor.

Tengo sobre mi piel, sobre mi cuerpo, sobre mis entrañas, un montón de abrazos. De esos que no necesitan palabras. De esos callados, que parece que no dicen nada y sin embargo, lo dicen todo. De esos que fueron consuelo al compartir un dolor que antes del abrazo parecía insoportable, consuelo esporádico que dejó luego una huella para siempre. Y también lo contrario, abrazos que fueron alegría compartida.

Tengo sobre mi algunos abrazos que me dieron y me reiniciaron, que formaron un puzle con aquellos trozos rotos de mí, de mi alma, de mi corazón, de mi yo por dentro. Y recuerdo también algún que otro abrazo tan frío que fue prueba evidente de un amor de solo lo era de palabra, como algunas mentiras.

Tengo tambián abrazos que hicieron saltar chispas, chiribita en los ojos, fuego escondido, ceniza donde candela hubo, amor disimulado para que el mundo no lo viera, porque a veces el mundo lo ensucia todo.

Tengo sobre mí abrazos que duraron lo suficiente para entender, raciciocinio que hacía diferenciar lo malo de lo bueno. Abrazos también de esos que te hacen cerrar los ojos. Y hermosos abrazos que me dieron por la espalda, de improviso. Abrigo también para cualquier frío.

Porque un abrazo es una caricia que llega hasta dentro, que nos inunda y rebosa, da igual si lo damos o lo recibimos. Un abrazo es una solución que te aprieta cuando te aprieta la vida, un refugio donde guarecerse cuando el mundo va mal, o bien, cuando la vida fluye. Un abrazo es un traje hecho a la medida que se amolda a nosotros, que nos cura y nos calma, que nos sugiere, que nos arregla, que nos comprime. Un abrazo abarca todo lo que nos rodea, es estrechar un consuelo o un afecto, una forma de entendernos cuando la palabra se hace tacto.

Tengo también ante mí una memoria que me señala abrazos que tampoco me dieron, que quedaron a expensas de los momentos, de la vida, de los momentos de la vida, incluso de aquello que no se dijo, aquello que es prescindible para los ojos.

Y por eso, ahora que esta enfermedad que asola al mundo, como una pandemia, ha puesto en peligro de extinción a los abrazos, quizás aprendamos a valorarlos. Y por eso lo echamos tanto de menos, lo malo sería que su ausencia no nos provocase tristeza, que no nos afectara eso de quedarnos sin ellos, porque entonces sería que carecemos de sentimientos, pues no hay sentimiento más sincero que el de meter entre los abrazos a alguien que nos necesita, para bien o para mal.

No hay entonces nada más necesario que un abrazo. Por eso estoy seguro que, cuando esta ruina acabe, volveremos a abrazarnos. Nos va la vida en ello.

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