Una gallega de La Isla
Ha pasado algo más de seis meses. Durante este medio año que cerrara las puertas La Gallega en la Plazoleta Las Vacas, los amantes de esa cocina típica y tradicional gallega con reminiscencias isleñas o isleña con reminiscencias gallega, propios de unos fogones de fusión entre el norte y el sur, con la que Elvira Loureiro nos sorprendía gratamente alegrándonos la vida a través de las papilas gustativas.
Hemos echado en falta sobremanera esa forma de disfrutar del placer que nos proporcionaba uno de esos bocados sublimes con los que esta gallega de La Isla siempre nos maravillaba con su entrañable y cordial simpatía; y la excelsa profesionalidad de Jesús Miguez -el hijo de Elvira- unida a esa especial amabilidad que le caracteriza.
Pero estamos de enhorabuena porque las puertas de La Gallega han vuelto a abrir en otra ubicación de la ciudad mucho más accesible como es la de Hornos Púnicos. Una zona moderna, transitable, diáfana, cómoda y además, sin problema de aparcamiento, xoncretamente la Avenida Almirante León Herrero número 1 (frente al Bodegón Andalucía).
Aunque Elvira ya disfruta de su más que merecida jubilación y por lo tanto está apartada totalmente de la actividad laboral y profesional, podemos disfrutar su entrañable y grata compañía. Porque ella se da su vueltecita por el nuevo local para saludar a los muchos y fieles clientes que iban a la Plazoleta de Las Vacas y que ahora lo hacen acudiendo a Hornos Púnicos como amigos de la casa, como una estrella de jolivú, como apunta Pepe Monforte con esa gracia y ese punto irónico que caracteriza determinados pasajes de sus textos, en su sensacional trabajo dedicado a La Gallega en la revista gastronómica Cosas de Comé, que él dirige.
Para satisfacción de todos los que tanto quieren a esta gallega tan isleña, entre los que se incluye este que suscribe, tras enviudar con treinta y muy pocos años y quedar con dos hijos pequeños, lejos de plantearse retornar a su tierra con su familia, cosa que estaba dentro de lo posible, tomó las riendas de aquel local donde solo se servía café, coñac, aguardiente, etcétera para los madrugadores del palenque y poco a poco, discretamente fue metiendo cositas para comer con las que acompañar a esos quintitos de cruzcampo que precedía, por la hora, a los cafés y copas.
Y así los incondicionales de aquella cantina fueron descubriendo las sensacionales dotes culinarias de Elvira, corriéndose la voz. Por lo que a medida que se iba descubriendo las joyas culinarias que atesoraban los fogones de la gallega, iban acercándose más y más gente ávidos de conocer para deleitarse con esas exquisiteces de la guisandera del norte en aquella diminuta cocina en dimensiones per grande en Arte Culinario por la superlativa artesanía comestible que salían de aquellos fogones.
Hasta convertirse en uno de los establecimientos más frecuentados tanto por isleños como por muchísimas personas del resto de Andalucía e incluso de otros muchos lugares de la geografía española en busca de esas delicias recién llegadas de las costas gallegas como las almejas de carril de las que, por cierto, no he visto ninguna igual, de esos berberechos gigantes, de las navajas, de la zamburiñas, de las vieiras, del tortillón de patata, de la tortilla rellena de zorza, del pote gallego, de las papas a la gallega, de los huevos de chocos, de esa inconmensurable ternera gallega, o la última creación de Jesús como ese delicioso plato muy bien equilibrado como es el Mi arma (langostinos al ajillo con patatas fritas sobre una discreta base de ali-oli y rematado por unos huevos fritos coronando el contundente plato), entre otras muchas delicatessen con las que podemos disfrutar en este templo de la cocina gallega-isleña.
Pues por suerte podemos disfrutar de nuevo con esas sublimes viandas además del agrado y la simpatía de Elvira y su hijo Jesús, gente buena como tan buena es toda esa sinergia maravillosa con las que podemos disfrutar en la nueva ubicación de La Gallega, que no la nueva gallega.