Arrastrando cadenas
Se de una que baila al ritmo de la noche, allí donde las luces de neón te guiñan y ciegan tu hombría y deslumbran las conciencias. Tiene los labios brillando pintados con forma de deseo, rojosangre.
Las entrañas llenas de frio, las piernas marcando el camino que lleva hasta el placer, casi desnudas. La dignidad detrás de una mirada que amarga como la tuera. Los pechos marcados por las manos de aquellos que saciaron el rechazo de las esposas, la fantasía de aquellos maridos que se creen más hombres porque pagan. Tiene el color del subsáhara en la piel. Cambia dinero por sexo, sexo sin besos, que eso se los guarda para otro, que los besos no tienen precio.
No hay pena más grande que la de una mujer entregada a la noche. Diosa de un maquillaje que cubre las cicatrices de la necesidad, el lenguaje de las piernas que se abren en silencio, los gemidos inventados para que parezca que el placer le sale por la boca. El ego machista derramándose tan dentro que duele. El dolor haciendo agua dentro de sus párpados.
Uno tras otro, noche tras noche. No quiere, pero puede, está obligada a hacerlo. La misma rutina de siempre. Atada por los eslabones de la esclavitud, arrastrando esa cadena que le amarra la vida.
Y mientras piensa en los sueños que todavía le esperan, aquel trabajo decente que le prometieron y que hizo que se jugase la vida cruzando charcos, aquella deuda pendiente que nunca se acaba, aquel todo que se ha quedado en nada, aquella mentira que tanto tiempo después sigue siendo mentira. Es lo que tiene no tener nada, es lo que tiene estar a merced de la necesidad y del engaño, que el engaño nunca ha tenido escrúpulos, ni la necesidad tampoco.
Sé de otra con hambre de oro y sed de champán, de hoteles de lujo, calor en las entrañas, y piernas exclusivas, sus pechos sólo llevan las huellas de la riqueza, de manos curtidas de diamantes. Tiene la piel con la tersura de la seda y no es esclava de nadie, sólo quizás del lujo y el dinero. Vestido de Versace, zapatos de Prada, bolso de Louis Vuitton, la piel perfumada con Channel.
No hay pena más grande que el de una mujer entregada al dinero. Bótox debajo de la piel para parecer eterna, piernas que acaban en tacón de aguja. El lujo a raudales de cada noche.
Uno sólo, cuando ella quiere, porque quiere y puede. Que aquí las cadenas tienen eslabones de oro. Es lo que tiene tenerlo todo, aunque nada le sobra, es lo que tiene estar pendiente del lujo, que el lujo es adictivo y el lujo nunca ha tenido escrúpulos, ni la adicción tampoco.
Y también sé de un hombre que alivia el deseo a cambio de su dignidad, que hace de la mujer un objeto que, en mayor o menor medida, usa como puede. Del hombre que va dónde sea y paga lo que no tiene para intentar saciar su instinto animal, que eso si que es indigno, porque no hay nada más indigno que ser un juguete en manos de tu propio ego, ese ego que arrastras también como cadenas.
No hay pena más grande que la un hombre comprando el amor que no quieren darle.