Espiral
Apenas entra algo de aire por la ventana, tengo la cortina casi recogida con vistas a un naranjo y a sus frutos aun verdes. Está nublado y es uno de esos días de septiembre en los que te apetece dormir con un pie fuera y otro dentro, mientras en los escaparates las bufandas esponjosas se suceden en fila, como los niños que esperan el timbre de entrada a clase. Zapatos relucientes y abrazos al cuello fraternos detrás de un inmenso cristal. Somos la idealización de la autoestima, la que huele a arenques ahumados.
Antes de ayer era julio y recibía mi nueva vuelta al sol y ahora sin apenas darme cuenta, ordeno los calcetines para tenerlo a mano más pronto que tarde. Es tiempo de granadas y membrillos, de un prohibitivo oro líquido literal en boca de todos y paladares privilegiados, de despedidas de amores de verano, con besos que saben a poco, con nubes que arrastran tanto.
Todo cambia, todo llega, todo pasa. Esta espiral que es la vida nos engulle sin permiso. Somos las presas distraídas de un ilusionista sin escrúpulos, cuando contamos navidades pasadas con los dedos en vez de carcajadas sinceras a diario.
La náusea humanoide que he ido gestando sin darme cuenta me hace observar en silencio, bajar de vez en cuando las persianas, cuando prefiero leer libros a escuchar palabras vacías de almas inertes. No he visto la tan esperada mejoría humana después de la pandemia, sino todo lo contrario. Una selva voraz donde impera el canibalismo y la falsedad, donde te pisan la cabeza sólo por existir.
La suerte no existe, y quizás ni tu ni yo tampoco.