Que la tierra te haya sido leve
Nunca supe de ti, de tu manera de ser y de pensar, de tus ojos vacíos, de tus manos hurgando caricias, de tus abrazos, de esa forma de sentir tan diferente a todas. Nunca he podido tampoco echarte de menos, porque no puede echarse de menos lo que no ha sido nunca. Y tú, maldita sea, siempre fuiste nada, más allá que aquello, mucho, que significas para mi vida. Pero nunca supe de ti, ni de tu forma de hacerme callar las veces que debí callarme, que siguen siendo muchas. Ni supe de tus consejos, ni de tu compañía, ni de todo aquello que significa ser padre.
Porque la vida te llevó cuando yo no era apenas, solo fragilidad, proyecto solo, hombre en potencia todavía. Y yo me quedé impaciente, con lo ojos metidos en el horizonte, esperando, esperándote. Espera, de esperanza, que definitivamente se perdió para siempre, cuando supe que no eras eterno, cuando fui consiente de que ya no vendrías porque te quedabas a dormir donde las estrellas.
Nunca pude llevar flores a tu tumba, aunque sí fui a contarte secretos que luego supe, realidad maldita, que no escuchabas, pero esos secretos fueron entonces desahogo, palabras mudas que no salen nunca porque aprietan siempre, y aprietan dentro.
Tu ausencia eterna me enseñó a moverme por una vida distinta, una vida donde a veces es necesario detenerse, intentar batir las alas e intentar alzar el vuelo, y coger caminos equivocados, y corregir el camino dibujado por las huellas de mis pies…contigo hubiese sido todo más fácil.
Nunca pude declamar gritos por ti, ni suspiros, ni lamentos, ni tampoco silencio. Tu ausencia ha detenido mis palabras, mi memoria siempre ha estado vacía, tu recuerdo de ti siempre ha sido nada, mi pena ha sido la pena de no saberte, de no haberte sabido nunca.
Abrazaba al viento, como si el viento fuese tu alma, esa alma que no conocí, esa alma que se marchó para siempre antes de que yo llegase a entender quien eras.
Sé que fuiste un tiempo, sé que fuiste un lugar, sé que fuiste una de las causas de mi vida. Yo sigo en silencio, a destiempo, metiéndome a veces en las fotos que tengo de ti, en las que te veo, pero en las que tampoco te veo.
Me queda de ti la misma sensación de siempre, me quedan los momentos en los que sentí que te necesitaba, en los que procuré entender que no eras imprescindible, pero que sí lo eras, como lo has sido siempre, como lo seguirás siendo,
Y sin embargo siento que te quiero, aunque me queda la pena de saber que no pudiste enseñarme a volar, porque llevas toda mi vida descansando en paz. Ojalá que a ti la tierra, si es que existe, te haya sido leve.