Publicado el: Mié, 11 May, 2022
Opinión

El método del discurso

Y llega entonces el turno del candidato, que se coloca en el atril, el auditorio guarda silencio, expectante, siempre ha destacado por su magnífica oratoria:

-Puedo escribir los versos más tristes esta noche. He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Ejército de hormigas en hilera van trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Por ir al norte, fue al sur, creyó que el trigo era agua. Quise ir a la guerra, para pararla, pero me detuvieron a mitad del camino. En medio de la fuerza del tormento una sombra de bien se me presenta, do el fiero ardor un poco se mitiga. Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo.

La gente aplaude con fervor. Se nota la admiración que provocan sus palabras.

- ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin frutos. Ahora sí que yo os miro cielo, tierra, sol, piedra, como si viera mi propia carne. Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario, lo que no tiene nombre.

Lloraré mi muerte ya y lamentaré mi vida, en tanto que detenida por mis pecados está. Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra. Que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

- Es increíble lo bien que habla este hombre – comenta uno de los oyentes -, qué bien lo explica todo.

- Es cierto. La verdad está en todo lo que dice – apunta otro.

- Estaba yo echado en la tierra, enfrente el infinito campo de Castilla. No había nada hecho. Ni materia, ni números, ni astros, ni siglos, … nada. El carbón no era negro ni la rosa era tierna. Tu destino está en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento.

Ella es luna, sol, tallo que nace y perfume de almizcle. Quien la mira se prenda de ella, pero es coto cerrado. Voy entre galerías de sonidos, fluyo entre las presencias resonantes, voy por las transparencias como un ciego, un reflejo me borra, nazco en otro. Adiós. El sol ondea sus casi rojos, sus casi verdes rayos. Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar.

Una ovación interrumpe las últimas palabras, que casi no se oyen. Panda de borregos.

Sobre el autor

- Una opinión no es válida hasta que se compara con otra.

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