Publicado el: Mar, 14 Dic, 2021
Opinión

Espejismos

Acabo de terminar de adornar el árbol de Navidad. Tiene bolas rojas y plateadas, mates y brillantes, dos calcetines rojos que llevan muchos años conmigo y una estrella que se ha aguantado arriba del todo con ayuda del alambre de las luces.

Consiguieron llenarme de primaveras el otoño y cuando me he dado cuenta el frío me empujaba a buscar las bufandas para tenerlas cerca.  Las mantas en el sofá hacen guardia siempre dispuesta a hacerme agradecer su calidez.  Haciendo el cambio entre ellas como si desfilaran en Buckingham, pero sin hacer apenas ruido como el susurro de un abrazo al que siempre regresamos.

Es domingo por la noche y todo está en un increíble silencio casi absoluto. El tic tac de los relojes se suceden casi pisándose, cerrando el fin de semana en el que he visto más de veinte maneras de adornar la casa en estas fiestas y desde unos libros apilados llenos de luces a muebles redecorados con el nuevo color coco tan de moda.

Hemos cambiado el ventilador del salón por la freidora de aire caliente sin darnos cuenta.

Estamos rodeados de espejismos. Nada es lo que parece y mucho menos en redes sociales. Siempre aplicaré refranes del tipo de "Dime de qué presumes y te diré de qué careces", porque aunque parezca mentira no he aprendido a hacerme una autofoto en condiciones. Lo llaman selfie, yo lo llamo no perder el equilibrio mientras pongo una postura rara que es una mezcla entre intentar salir mona y apretar las piernas porque algo me ha hecho demasiada gracia. Sí, soy tremenda y parece que demasiado torpe también.

Si no has subido noticias del volcán incandescente o de la crema de avellanas, no eres nada en el universo de la luz encendida. Aún te queda fabricar algún elfo con una fregona para tener tu hueco obligatorio.

La blusa agotadísima en tiendas por las imágenes en una firma de libros que ha sido lo más de los más delante de los focos cuesta la friolera de 150 euros, y la señora mayor con la que me cruzo algunas mañanas empujando su carrito de la compra se venda las piernas para poder paliar el frío sin tener que dar explicaciones mientras anda despacio, y nos damos los buenos días. Porque siento una extraña sensación entre compasión, tristeza y un sabor metálico mientras trago saliva.

Guardo silencio, pero no dejo de pensar en los dos mundos en los que habitamos, el real que no sale en fotos, y que hace sonar el despertador cada mañana a la hora traicionera, que roba horas a la noche para poder lavar la ropa sin tener que vender las córneas, el que suma demasiado pero no resta gastos, el que usa Dalsy con preocupación,  que aguanta la rabia porque la mala racha no cesa. Y el otro mundo tan distinto y helado, que está lleno de espejismos de copas brindando, de expresiones públicas de amor con la caducidad de la corta memoria, de sonrisas llenas de críticas malignas,  del aparentar opulencia social, del tener más que el de al lado porque debe ser así para sentirse menos don nadie, pero más vacío y miserable que ninguno. Eres humo lleno de complejos, sin la capacidad de agradecer lo que realmente te dejaría sin aliento, mientras usas frases elocuentes de escritores que ni siquiera conoces en tu propia filosofía de taza ostentosa y café aguado, en la foto correspondiente. Veinticuatro horas de fama, en tu perfil virtual.  Eres la gran mentira que aprendió a callar su verdad, con tal de seguir en el rebaño de los iluminados por los nuevos aros de luz.  La bombilla cansada del interruptor borrado.

Aquel espejo manchado y oscurecido, que sólo refleja lo que no eres.  La vida soñada que nunca abrió los ojos.

Sin energía no existes.

Sigue luchando por despertar.

Sobre el autor

- Escribiente de profesión, escritora por devoción.

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