La imagen escrita
De manera general se asocia la belleza con la hermosura, sin embargo ambos conceptos son muy subjetivos. Lo que para una persona es bello o hermoso no tiene porque serlo para otra, tal vez porque son distintos los ojos por los que la imagen entra. Por ello quizás sea cierto eso de que la belleza ¿está en los ojos del que mira?
De todas formas, a pesar de esa subjetividad es obvio que existen unas características que se consideran como atractivas o bonitas, esas características son las que se definen como cánones de belleza.
Pero es evidente también que esos cánones de belleza varían, por ejemplo, a lo largo de la historia. No son los mismos en la Antigua Grecia que en el Renacimiento, o que en la actualidad. La belleza depende de determinados factores que no son siempre los mismos. Con independencia de la época, tampoco son los mismos los cánones de belleza de una persona o de otra.
Para Platón la belleza era aquella idea que al relacionarse con las cosas sensibles hace que la idea en cuestión sea deseable. Para Aristóteles, en cambio, la belleza estaba en la armonía, en la debida y correcta proporción de las partes con el todo. Es decir, en sentido aristotélico, esos cánones de belleza referidos serían: el orden, la proporción, la luminosidad y el ritmo.
Intentar definir la belleza es complicado, diría yo que incluso una osadía. Para Santo Tomás, por ejemplo, bello es aquello que nos agrada. Para San Agustín la belleza es orden, es la hermosura del interior que sale hacia afuera.
Lo que sí que se puede es diferenciar tres tipos de belleza. Una, la belleza natural, esa belleza que se encuentra en la naturaleza, sirven como ejemplo el mar o un paisaje. La segunda es la belleza artística, la que nos llega con el arte mediante por ejemplo, un cuadro o una escultura. La tercera de las bellezas es la belleza interior, esa belleza que se observa cuando vemos, por ejemplo la bondad o el equilibrio.
Es esta tercera belleza la que se intenta plasmar en las veinte obras que forman la exposición “La imagen escrita”, que ahora -y hasta el día siete- puede verse en la localidad serrana de Villaluenga del Rosario. Esa belleza que se exterioriza, que va más allá de la apariencia, que tiende a pasar desapercibida porque no la vemos, porque a veces tampoco queremos verla. La que está impresa en una fachada antigua, en una casa en ruinas, o en una puerta vieja, pero por la cual penetra un halo de luz que le da un encanto suficiente para que un fotógrafo se detenga a mirar y a inmortalizar, y eso luego sea tan bello como para que dé origen a un poema. Basta sólo con prestarle atención.