El esqueleto de la duna
El esqueleto de la duna proyecta su macilenta sombra sobre la arena de la playa. El viento de poniente ulula a su alrededor alimentándolo de sueños y lágrimas de sal. A lo lejos, el murmullo de las olas lo atenaza y exaspera como a una fiera agazapada entre los brazos del olvido.
El esqueleto se gira buscando el mar, husmea el aire y se retuerce sobre sí mismo, mientras sueña que es un barco a punto de zarpar. Sabe que el viento pronto cubrirá de arena sus nudosas tablas carcomidas, trocando su espíritu marino en un triste y quebradizo fósil sin pasado.
Nada quedará de él, como ya nada queda de nosotros, los de entonces, los que una vez retozamos al abrigo de ese mismo esqueleto bajo una luna preñada de espuma. La arena del tiempo también cubrirá para siempre nuestro recuerdo, y quebrará inexorable nuestra memoria, borrando toda huella de lo que un día pudimos llegar a ser y no fuimos.
El esqueleto de la duna lo sabe y se siente tan perdido como lo estuvimos nosotros, los de entonces, cuando sentíamos la inmensidad del océano a nuestros pies. Receloso, otea el horizonte azul e infinito y quiere alcanzarlo, pero sus pasos invisibles se hunden aún más en la arena de la playa y se desespera. Resignado, se vuelve a retorcer sobre sí mismo, consciente de que su desvencijada madera gris jamás rozará el mar.