Menos de tu sonrisa
(…) De ti, de mí, del mundo y del agua. De las balas que lanzan los cobardes en forma de calumnia, del amor y sus maneras, de las sombras, de la noche, de que se paren tus ojos y no se pare la vida, de pensarte y no sentirte, de sentirte y no pensarte.
De tu miedo también, que a los dos nos desvela, del abismo, de la memoria, del ruido lastimado de las despedidas, del pasado que resucita para colarse en este futuro que debería ser nuestro, de pensarte otra vez y no sentirte de nuevo. Y de volver a sentirte, insisto, y no volver a pensarte.
Tengo, simplemente, miedo. Tengo una angustia, a veces, el cuerpo tenso, el corazón desbocado, la respiración a trozos. Un miedo que se desliza por mi piel y se cuela en mis huesos.
El miedo es una de las pasiones del ser humano, una de las más interesantes. Una fuerza natural que a veces nos paraliza. El miedo da miedo, es decir, tenemos miedo de tener miedo y para no sentirlo estamos dispuestos a pagar cualquier precio, incluso el precio de la felicidad. ¿Cuántas cosas hemos dejado de hacer por tener miedo? ¡Cuántas cosas que nos hacían felices!
La primera vez que la literatura supo del miedo fue a través de Fobos, el hijo de Ares y Afrodita, el hijo de la guerra y la belleza. Desde entonces el miedo ha deambulado a sus anchas por cada uno de nosotros.
No es malo sentir miedo, lo malo es dejar que el miedo nos domine. Los valientes sienten miedo y son valientes precisamente porque se enfrentan a él. No es valiente quien no tiene miedo, la ausencia de miedo es temeridad.
(…) A los estragos del tiempo en mi piel, al delirio de mi mente, a los temblores de senectud, al adiós, al nunca y al siempre.
Al quizás, a la duda, a quedarme despierto durante la noche, a despertarme y ver que te has ido, a las cicatrices del alma, a sentirme culpable, a amar poco, a querer demasiado…
Pero entonces me asomo a tu cara y te veo una sonrisa….y entonces me olvido del miedo que a veces me invade.