La libertad que persigo
Libertad. Libertad que vienes siempre conmigo, inherente a mi forma de ver el mundo y sus ujieres, a mi forma de sentir e incluso de soñar. Libertad. Libertad que se aferra a mí en todo lo que digo y en todo lo que hago.
Hace años decidí vivir con el sacramento de la libertad, esa libertad que tiene como condición el conocimiento, la que tanto cuesta, pues el conocimiento es demasiado amplio. Esa libertad que no nos ata a nada ni a nadie. Esa libertad que nos condena a ser libres.
Tengo por libertad mi propia vida, mi manera de vivir, mi manera de amar, de sentir, de sufrir incluso. Tengo por libertad mi silencio voluntario, mi grito con mayúsculas, mis culpas y mis sentencias. Tengo libertad para ignorar las calumnias de los leguleyos de la vida, esos que se creen dueños de la verdad, héroes del mundo, de su mundo, del mundo que se han inventado y ¡pobre de aquel que no entre a pies juntillas en sus miserias! Tengo una libertad que acongoja a los reos, que asusta a los mediocres, que dispara al corazón maltrecho de aquellos que te venden por treinta palabras.
Y tengo la libertad en la expresión, y por tanto en las manos. Tengo la libertad encerrada en un libro, la biblia de aquellos que te miran, te hablan, te sienten y si es necesario te escupen a la cara, pero de persona a persona, sin puñaladas traperas, pulcras de hipocresía.
Tengo entonces la libertad que persigo.
A mí nunca me han gustado los esclavos. Un esclavo es igual de culpable que el usurero que lo explota. Entendiendo como esclavos aquellos que se esconden, hipocresía mediante, en sus actos, incapaces de ser fieles a lo que piensan, a lo que dicen y lo que hacen por el miedo a perder lo que a veces ni siquiera tienen; a los déspotas que tiran la piedra y esconden la mano, pues están presos en la apariencia; a los impotentes a los que les da miedo de sus propias palabras, los que temiendo a sus propias acciones creen que también a los demás nos asusta lo que hacen. Carece de libertad el que no es libre por dentro pues quien carece de libertad interior es obvio que no puede tener ninguna otra.
Y como también tengo la libertad de equivocarme, me hago libre, a disposición exclusiva del aire, pues no sé de otra libertad que no sea la de ser el dueño de mi propia vida.