Publicado el: Mié, 28 Oct, 2020
Opinión

Los fieles difuntos

Fotografía. Leonor Montañes Beltrán.

Ahora que la muerte celebra su onomástica, abriendo las cancelas de los cementerios y que toca recordar a mis fieles difuntos, tan fieles que por eso se los llevó a su vera. Ahora que la muerte te llena los ojos de pena y se te mete dentro y te saca los llantos. La muerte misma que te mira y macabra te espera y paciente te recuerda a veces que pasa a tu lado. La muerte que vive al acecho.

La misma muerte entonces que agarró a mi padre y se llevó a mi madre para que estuviera con él, tal vez por sentirse culpable de que ella fue quien los separó, allí donde esperan que pase esta vida, como un trámite injusto e innecesario.

La muerte que te revive de la vida eterna, si es que piensas que esta vida ha venido de paso, que es el futuro eterno que tenemos pendiente, la montaña movida por la fe que presume que después de la muerte vienen tiempos mejores.

No nos queda más remedio entonces que aceptarla, sentirla como nuestra, la machadiana nave que nunca ha de tornar.

La misma muerte entonces que vive distinta, dependiento de cada cultura, dependiendo de cada pueblo, que no es lo mismo la muerte cargada de fe, que la muerte del que ni siente ni padece.

Hay quien tiene verdadera inquietud ante la muerte y se pasa la vida siendo un muerto en vida, como aquel magnífico poema de Neruda que habla de aquellos que mueren “muere quien no lee, quien no oye música, quien no se deja ayudar, quien se transforma en esclavo del hábito”, entre otras muchas cosas.

Hay quien no teme a la muerte y cuando se les arruga la piel la esperan con una sonrisa.

Nacimos para morir, eso es evidente. “Nada es tan cierto como la muerte”, dijo el maestro Séneca, el mismo que la esperó abriéndose las venas. Cada instante que pasa, cada respiro, cada risa, cada momento nos la acerca un poco más, ya depende de nosotros la longitud y las piedras que nos encontremos en el camino hacia ella.
Kierkegaard se mostraba crítico contra aquello que señalaba la muerte como algo positivo, como si se tratara de algo bello, como si el hombre cayese en un dulce sueño.

Es una obviedad que yo no sé quien tiene razón -tampoco quiero saberlo- lo que si es evidente es que al parecer no es lo mismo morir en España, que en México o en la India. No es lo mismo si muere un ateo como yo que un católico al que la fe lo lleva a ver la muerte como una espera en la habitación de al lado, allí donde algún dia, según ellos, volverán a estar todos juntos. Volverán las oscuras golondrinas.

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