La letanía de lo que no puede comprarse
En este mundo atestado de materialismo y tan sibarita, por desgracia carecen de importancia esas cosas esenciales, invisibles a veces, que por el simple hecho de no tener precio no son valoradas por aquellos desafortunados de corazón, aquellos que tienen el alma en bancarrota la peor de las ruinas. La peor de las miserias.
Esa mirada que barrunta una rima consonante, el mar atravesando las entrañas de la tierra, las olas haciendo ruido a la orilla de la noche, la madrugada apareciendo allende el cielo se pinta de celeste, el tiempo que late insistente sístole y diástole donde habita el amor, el sueño remoloneando entre las sábanas, un abrazo curando cicatrices, el vis a vis de tus ojos con mis ojos, el reencuentro de esperanzas perdidas, el arrabal de tus dedos apagando mi piel, el ronroneo de la música que se confunde con tu voz, tu voz que se confunde con el aire.
El petricor cuando el agua anega las tardes de entretiempo, los colores del ocaso encendiendo el instante que precede a la noche, los gajos de estrellas asomadas a la vera de la luna, la vida que me queda por sentir, la vida que me queda por pensar, la otra vida que vendrá después de que mis ojos hagan mutis por la oscuridad infinita.
Las flores posando en la paleta de un jardín en primavera, la cama deshecha después de la batalla, tus labios haciendo enroque con los míos, los pájaros componiendo una melodía, el almanaque contando el tiempo que queda y el tiempo que pasa.
El eco de tus suspiros, la duda razonable, la fe que mueve montañas, el silencio voluntario que reinicia mis momentos, el deseo de tenerte entre mis brazos, la costumbre que he hecho de quererte, la nostalgia de cualquier tiempo pasado, mejor o peor, el calor de tu aliento cuando sucede un susurro, el miedo cuando apartas la mirada, los celos cuando callas porque estás como ausente, los sietes que ajirono a las banderas, la memoria que aterriza donde el tiempo, el olvido que aterriza en la memoria, los “te quiero”, los “lo siento”, los perdones.
Un ojalá temblando de ilusión, el infinito al final de tus piernas, el redivivo sueño de desnudarte, la rueca de mis manos en tu pelo, la sapiencia que razona libremente, el órdago que lanzo con palabras, el verso libre que sale desde dentro.
Y tu sonrisa abriendo en canal la vida.
Ahí tienes una letanía de cosas que no se pueden comprar con el maldito dinero. Verbigracia.