Bendito veneno
Aún traspuesto, en el buen sentido de la palabra, por el primer pasodoble que cantó Don Antonio en cuartos de final en el concurso, me dispongo a tener la osadía de tocar este tema del carnaval y los ojos con los que se le mira a esta fiesta, la nuestra, la de aquí, la de seres humanos y personas normales de los pies a la cabeza, aunque algunos y algunas intenten eliminarla, como si se tratara del mismísimo coronavirus, porque no comulga con sus principios morales y claro, lo mejor en estos casos con estos tipos de pensamientos en la erradicación desde otros folklores de otras índoles.
No hace falta ser un purista del carnaval, para poder hablar sobre esta fiesta y es por ello por lo que me embarco. El carnaval no es una ciencia exacta, ni siquiera hay un patrón exacto de puntuación especifico en el concurso del templo de los ladrillos coloraos, es más el carnaval no es solo ese concurso, aunque sea lo más representativo o lo que más lejos llega. El carnaval es mucho más.
Va y viene, cambia de estilo, se metamorfea constantemente, según una tendencia, un autor, una moda que influye desde fuera, es del lugar y de todos los rincones, es rancio, pícaro, descarado y caliente, lo tiene casi todo como en una receta de abuela, depende de muchos y de uno solo, es chabacano y pueril e insolente a la vez que señorial y enigmático, romántico, descarado y solo hay que ser humano para saber cómo es; aprender a escucharlo y aceptarlo, a saborearlo y digerirlo, porque es así.
Así nació y no debe de cambiar, no debemos transformarlo hay que respetar su esencia y en ese juego de letras de idas y venidas de versos incontrolados siempre que sea con respeto debe aceptarse. Ya lo hacían los primeros flamencos con sus letras ante temática de su día a día o en los campos de algodón sus canciones para desahogar sus penurias. El carnaval es eso, una denuncia social tirando de la retórica hipérbole sátira característica del lugar de manos del pueblo.
El carnaval no es una fiesta de tres de la tarde tomando un café con el dedo meñique señalando a cuenca, el carnaval cuando se equivoca pide perdón y lo acepta, pero no debe cambiar debe seguir siendo como es, el mismo carnaval rechaza la insolencia y la metedura de pata, la falta de respeto y lo soez, la discrimina y aparta lo que pasa que hay que saber decir las cosas y también encajarlas, hay que distinguir carnaval de lo demás y a quien no le guste que no entre, que no lo pruebe.
El carnaval no es una obra de teatro, ni un espectáculo es mucho más. Si se acercan cámaras es para dárselo a beber a los demás y que elijan si lo quieren o no. El carnaval no es un grupo de música, aunque se cante, el carnaval no es un musical, ni un entremés de los Álvarez Quintero, no es un vodevil, aunque se parezcan algunas veces. El carnaval es Carnaval y hay que aceptarlo como tal, dejarlo tranquilo y que respire a sus anchas como lo parieron y lo han ido cuidado los que hacen carnaval y los que oyen carnaval, sus hijos, su familia. Y si no te gusta, ya sabes.
Hay mas folklores que vivir, pero no ofendas, no insultes no discrimines, no pises, quítate la venda y acepta la realidad. Que el carnaval no tiene culpa de que lo mire un ciego y describa lo que no es. Ni el carnaval tiene culpa de que gente tóxica y oscura quiera manchar y ensuciar su veneno porque se quedaron obsoletos en los años de Franco.