Paradoja de la Saeta de Camarón
Han sido muchos los saeteros de raza calé que han cantado a los cristos y vírgenes a lo largo y ancho de nuestra piel de toro. Como pueblo milenario, errante y oprimido, los gitanos dejaron su impronta en la saeta destilando en sus cantes cierta dosis de amargura, pena y dolor.
Ejemplos hemos tenido en San Fernando y uno de los más significativos lo encontramos en Juana Cruz, o Juana la Gitana, como la llamaban en su barrio del Carmen. A la madre de Camarón de La Isla con su rostro agitanado, pelo negro y unos ojos siempre apagados y tristes consecuencia quizás de las muchas fatiguitas que debió pasar en esta vida fregando suelos en bares y casas particulares para dar de comer a sus hijos, siempre le gustó cantar saetas.
Cuenta Jesús Rey-Joly en un artículo para la revista La Fragua, que Juana Cruz cantaba saetas en la noche del Martes Santo a la Virgen de la Caridad pagadas por el padre Recaredo de San Francisco.
Según la tradición oral, desde un ventanuco aún existente en el antiguo Bar el 45 (hoy con otro nombre comercial), medio escondida en el interior del establecimiento, quizás por timidez, la madre del Camarón cantaba saetas al Cristo del Nazareno bajo la redonda luna de las madrugadas del Viernes Santo cuando el paso se detenía en aquel lugar para que los cargadores que lo portaban efectuaran un descanso.
Camarón sentía devoción por el Nazareno, un fervor popular, como lo entienden las gentes llanas. Aún conservo en la retina la tarde que llegó a La Isla para ser enterrado y la imagen de su féretro llevado a hombros por gitanos venidos de todos los rincones de España. Se detuvieron en la Iglesia Mayor y golpearon las cerradas puertas con la intención de que visitara por última vez al Señor de la Isla, circunstancia que nunca ocurrió. El gran portón no llegó a abrirse.
Nuestro paisano y escritor Enrique Montiel recordaba antiguas noches del Nazareno, relatando cómo se veía “a José Monje con una gabardina blanca, a Camarón de la Isla en la madrugada mirando al Viejo en todas las esquinas, silencioso, como sobrecogido, quién sabe si recordando las saetas que le cantaba al Nazareno su madre Juana…”
Camarón nos dejó una seguiriya con el ruego al Señor de la Isla. Un cante a su padre como grito terrible de muerte y desolación, una petición por el asma que sufría debida al trabajo en la fragua y que se lo llevó joven a la otra vida:
A la Iglesia Mayor fui
a pedirle al Nazareno
que me salvara a mi pare,
me contestó que no
que me dejaba a mi mare,
que me dejaba a mi mare.
O aquel otro que decía así:
Mi Nazareno, mare,
es tan gitano,
el de La Isla es tan gitano,
que los cirios que lleva
bailan por tangos.
Uno de los mayores éxitos de Camarón fue cantar un poema de Antonio Machado, la Saeta versionada por Serrat. Si introducimos en Google: “Saeta Camarón”, nos saldrán 35.600 resultados, prueba de su gran difusión y aceptación por el público.
Según me contaron antiguos cargadores que durante muchos años fueron bajo las andas del Nazareno, nunca oyeron que Camarón de la Isla le cantara una saeta a ese cristo. Nadie le recuerda entonando una saeta en la calle. Ni tampoco en su amplia discografía aparecen grabaciones con ese difícil palo flamenco. Y esa es la gran paradoja del artista, que su cante de la Saeta de Machado se ha convertido en un símbolo sonoro de la Semana Santa, mientras que nunca se le escuchó cantar una saeta como sí lo hacía su madre Juana.