¿Qué tienes?
“¿Qué tienes?, ladrillitos coloraos
dime ¿qué tienes?,
que loquito a mi me tienes.
¿Qué encierras?, te lo pido por favor,
dime ¿qué encierras?,
pa’ hacerme que siempre vuelva.”
Así comenzaba el pasodoble de Manolito Santander “El séptimo de caballería”. Todos los que hemos tenido la suerte de pisar esas benditas tablas, sabemos a ciencia cierta, que razón no le falta.
Desde que se sortea la fase preliminar del concurso, como si de una margarita se tratase, vamos contando los días que van faltando para volver a acudir a esos ladrillitos coloraos. La espera es interminable.
Ya por fin llega ese ansiado día. La noche anterior apenas duermes, porque paradójicamente quieres dormir ya y que llegue de una vez ese mágico día. Te levantas con la sonrisa de oreja a oreja, y solamente quieres que llegue la hora para llegar al local donde te espera tu agrupación.
Una vez allí, los nervios se van templando. Comienzas a hablar con la gente, tu gente, esa que tras varios meses de ensayo ha estado noche tras noche trabajando y dando lo mejor que tiene de sí mismo, para que el proyecto sea una realidad. También suelen venir compañeros de otras agrupaciones, en las que dejaste grandes amistades y vienen a darte el último achuchón, motivándote más aún para ese ansiado estreno.
Uno de los momentos que más me tranquilizan es cuando comienzan a maquillarte. Relajación por unos momentos, y vamos, a ponerte el tipo. Ahí, sí que me entran los nervios, recorriéndome todo el cuerpo. Producto de esos nervios, a veces falta algo o tienes que improvisar algún arreglo de última hora.
Vamos a calentar voces, vuelvo a relajarme un poco, porque mientras canto, no pienso. Me concentro en lo que canto, o lo intento. ¡Venga, que nos vamos para el teatro! Nos trasladamos del local al teatro, y en la mayoría de ocasiones con su tradicional pasacalles. Ya veo la fachada. Ya estoy dentro.
Ahí dentro, me pierdo en sus pasillos. Fotos, retoques de maquillaje, conversaciones en las que se van notando más los nervios, entrevistas a tus autores… Los encargados de la puesta en escena, se van al escenario a terminar los últimos detalles de la misma. Al rato, ya estamos calentando voces en camerinos, nuestro camerino. El tiempo vuelva, y ya vamos para el escenario.
Una vez allí, y ese ¡Va telón! de Miguel Ángel Fuertes, el ritmo cardíaco se acelera, y más rápido aún va el tiempo, los nervios a flor de piel… Me concentro sobre todo en la orquesta, e intentando que los dichosos nervios no me jueguen una mala pasada. Solamente hay que hacer lo que hemos estado ensayando, que se hacía bien. Vuela, el tiempo vuela. El telón va bajando, y por dentro preguntándome si será la última vez este año, o tendremos la gran suerte de repetir. Llegan mensajes al móvil de los que más quieres, dándote sus impresiones y animándote.
Besos, abrazos, lágrimas, vino, emoción en su máximo esplendor. Tras recogerlo todo, de vuelta al local. Una vez allí nos cambiamos, mientras vemos nuestra actuación totalmente relajado ya. Unos cuantos se marchan, otros se quedan un rato más, intercambiando sensaciones de ese magnífico día.
Mientras ocurre todo esto, en redes sociales, periódicos, mensajes al móvil… intentan despedazar el repertorio, mostrarte todas las carencias que ellos estiman (que pueden ser ciertas, o no) e intentan bajarte de la nube en la que estás subido.
Permítanme un consejo. A los que salen y comparten todo lo que os he narrado...nunca hagáis caso a las críticas, (ni buenas ni malas, no merece la pena) Y a los que no salen, y no pueden tener en cuenta todo lo que se vive por dentro ese día tan especial, invitarles a salir algún año en una agrupación. Quizás no cambie su opinión con respecto al repertorio de la agrupación, pero seguro que opinarán con más empatía y respeto.
Todo esto, me recuerda al final del pasodoble de “Los muertos del carnaval”:
“...todo el año criticando,
dando opinión de entendío
y no tiene cojones
ni siquiera de firmarlo.
Viva el valor de tu marío,
el mío es un cobarde,
es un jurado del Diario.”