La Esclava
Fue una noche bastante complicada en el cuartelillo de la policía de La Isla y no en vano, para algunos, lo que paso esa noche, sería determinante para sus vidas. Detrás de todo aquello, una inocente copa de vino, unas risas, unas bromas y todos los naranjos que habían plantado a lo largo de la calle Real, destrozados. La policía visitó muchas viviendas aquella noche y se llevaron a bastantes agarrados del brazo, camino del “cuartelillo”.
Entre las declaraciones de los jóvenes muchas contradicciones… que yo no estaba, que estaba ese o que fue sin querer... La policía indagó y culpabilizó a varios de ellos, amparándose en el testimonio de muchos transeúntes. Entre los nombres que salieron mentaron a Camarón, quizás fue uno nada más el que se acordó del cantaor, pero levantaron las sospechas de los policías y el inspector jefe mandó buscarlo para que prestara declaración. La cosa se había puesto fea y algunos pasaron con premura a disposición judicial. Se hablaba de que los primeros ya estaban en el penal de El Puerto.
A las ocho de la mañana ya se asomaron por el umbral de entrada de la Venta de Vargas, dos policías grandes con amplios bigotes. En la cocina con su trajín, María Picardo preparaba una buena berza gitana. Ya a las ocho de la mañana se había metido dos o tres cafés en el cuerpo, de esos de pucherete, de esos de los que había que moler el grano con un molinillo y colarlo para no tragarte los posos del café. María se había encomendado hace años a las ánimas benditas y decía que a las seis de la mañana sentía una mano llamándola. Decía que le rezaba porque le daba pena que estuviesen malviviendo en el purgatorio, seguro que la buena de María tenía en sus pensamientos a alguien que no fue demasiado bueno en vida.
Buscaban a Camarón y fueron al grano preguntándole a la Ventera por el gitano rubio y si la noche anterior estuvo por la Venta, a lo que María afirmó tajante que había pasado el día entero en la Venta con su sobrino Joselito. Que estuvieron haciendo un perchero y Camarón estuvo ayudándole. Qué esos jóvenes detenidos habían estado en la barra de la Venta hasta bien entrada la madrugada y Camarón le había cantado, pero Joselito lo había llevado hasta su casa. Ante esta afirmación tan explícita, los policías retornaron a la comisaría e informaron de todo al comisario.
De todas estas pesquisas Camarón se enteró por Joselito Picardo, su amigo ventero y por supuesto, tras oírlo se le estremeció todo el cuerpo. Era cierto que aquel día del suceso, pasó el día en la Venta, pero los chavales que habían detenido la policía eran conocidos del barrio y sabía que la autoridad seguiría detrás de él.
Todos estos sucesos no sentaron bien en el ánimo de José, además su carrera musical se encontraba en un punto muerto, justo después de haber pasado un tiempo en Málaga, junto a Miguel de los Reyes. Y es cierto que en La Isla había mucho arte y se vivía el flamenco, pero no para vivir de él. Así que reunió a su gente más próxima, Alonso Núñez “Rancapino”, a Lela Fontao y Joselito. Su inocencia estaba clara, pero sabía que en el próximo suceso lo meterían a él y por otro lado pensaba que Madrid era la única salida que le quedaba a su cante. Los florecientes tablaos estaban deseosos de gentes del sur y seguro que su metal de voz sería bien recibido.
Camarón comunicó a sus amigos su deseo y entre los cuatro juntaron algún capital para poder irse, pero no era suficiente. Así que Joselito, que tenía una esclava de oro, regalada por su tía María, la empeñó en Casa Pilo en seiscientas pesetas, compraron filetes en la tienda de Joselete, en la esquina de la calle del Gordo, lo empanaron, hicieron unos bocadillos y el resto se lo dieron al cantaor. Lo acompañaron a la estación de Renfe y los cuatros hicieron una piña de abrazos y llantos. Joselito se dirigió a Camarón mirándole a los ojos:
-José en Madrid te vas a hacer el número uno, demuéstrales quien eres-
Y aquel tren se perdió entre las marismas y esteros de La Isla con dirección norte. En una parte tres amigos que amaban a Camarón y sabía que esa voz haría historia. En la otra parte, un hombre que cambiaría la historia del flamenco.