Silencio
Echo de menos el silencio, tan temido en esta época donde quedarse a solas con él parece ser un suplicio. En él nos encontramos con la persona que más nos conoce, nosotros mismos, y con ella, podemos hablar sobre todo lo que nos rodea, darnos cuenta de cuánto nos influye el alrededor, de todo lo que estamos dispuestos a hacer por mejorarlo y de aquello que no tenemos intención de cambiar. Quizás sea ese el problema; nos hemos acostumbrado a hablar y hablar, de otros, de todos, de los que no hacen bien las cosas, creyéndonos con el derecho de juzgarlos e incluso condenarlos...
Recuerdo los días que íbamos al centro médico cuando éramos pequeños. No se oía nada entre aquellas paredes, como mucho, algún bebé que se quejaba de su dolencia. Silencio que respetaba las molestias de los que allí nos encontrábamos. Miradas que solían demostrar la empatía ante otros que tenían males mayores, serenidad para afrontar el dolor, esperanza para una pronta recuperación. Ahora todos hablan, algunos gritan y el malestar que nos acecha se intensifica. Los médicos recurren a sus altavoces para pedir una consideración que nunca llega; los reencuentros nunca se hacen con susurros, las conversaciones siempre son para criticar, hablar y hablar...
Evoco mis clases en el cole, donde la mayoría sólo soñábamos con la hora de volver a casa, pero donde todo ese tiempo estaba hecho para aprender. Tal vez fuesen cosas de las que no teníamos ganas de saber, quizás algún tema que nos motivaba el alma u otros que nos desganaba, pero siempre entre el silencio, en la cortesía de escuchar a un profesor que sólo madrugaba para abrirnos los ojos ante el mundo que nos quedaba por conocer. Todos callados ante sus palabras, todos atentos a nuestras tareas, observando a nuestros compañeros cuando salían a la pizarra; respeto que ahora es sólo una triste esperanza. Mis clases son un ir y venir de conversaciones sin sentido, de reproches imitando a quienes se gritan en la pantalla cuadrada, a esos que sus padres siguen cada tarde y cada madrugada. Más hablar por hablar, menos pararnos a pensar.
Me entristezco en el cine y el teatro, allí donde parece que se ha creado una plaza llena de banquitos donde pasar el rato, echando de menos el valor del arte que se nos muestra. No se puede entender un argumento sin escuchar lo que ocurre, no se disfruta de la música si no cerramos los ojos para dejarla entrar dentro. Artistas que viajan con su don a cuesta, que se sacrifican para hacernos llegar la magia de sus almas, lo maravilloso de su creatividad, y allí estamos nosotros, sentados ante la ignorancia de que no es mejor quien paga la entrada, sino quien sabe disfrutar de lo que se nos regala.
Echo de menos el silencio. No quiero salas de espera sin conversaciones, pero sueño con palabras de aliento, con sonrisas que calman; no espero que mis alumnos sean máquinas que sólo van a trabajar, pero deseo que dialoguemos, que nos aportemos a partes iguales, que sepan que cuando les hablo es sólo para que sean mejores con la edad. No se trata de estudiar sino de aprender cómo se alcanza la felicidad. No quiero que se restrinja la entrada a quienes no saben valorar los escenarios, tan sólo que en las butacas lo importante sea entender que hay más reflexión que la de culpar a otros de nuestra sumisión. Silencio...por favor...silencio...