Me quiero a mí
No todos tardamos el mismo tiempo en entender que la persona más importante de nuestra vida somos nosotros. Nos cuesta llegar a comprenderlo, entre otras cosas, porque demasiadas personas (que desconocen su valor), lo llaman, equivocadamente, egoísmo. Y es que no se trata de pensar en uno mismo y olvidarnos del resto como haría alguien que sólo es capaz de mirar su ombligo, sino de darnos lo mejor a nosotros para poder, tras esto, dar lo mejor a los demás. Dudo que sea la primera vez que os hablo de la importancia de este tema…
Pero lo que hoy quiero contaros es que ayer conocí a alguien que lo tenía muy claro. Al preguntarle “¿tú a quién quieres más?”, contestó sin pensarlo “yo me quiero más a mí”. Quizás la respuesta no sorprenda por la madurez de su sentido, por la importancia que tiene que, más tarde o más temprano, todos acabemos sintiendo como ella. Pero si os digo que estas palabras fueron dichas por una dulce voz que se aloja en un pequeño cuerpo y se acompaña de la tierna mirada de una niña de cinco años (y medio, tal y como ella aclaró) la cosa cambia bastante.
Reflexiono sobre la sensación de envidia que sentí al oírla. Cómo puede tenerlo tan claro a su edad si yo he tardado más de la mitad de la mía en comprenderlo. Y ahí, ella, sin saber siquiera el valor de su sentir, lo afirmó con la seguridad que sólo tienen los corazones que ya fueron arrastrados por las fuertes corrientes de la desilusión, por los falsos amores que no prometen más a cambio de todo, por el triste sentimiento que nos envuelve cuando damos la vida por aquellos que no son capaces de valorarla.
Dudo que su respuesta fuese casual o al azar, pues basta tenerla cerca unos minutos para darte cuenta de que dentro de ese pequeño ser se esconde un alma enorme. Llegué a observarla como alguien que ve un reloj por primera vez; que se queda como un bobo preguntándose qué será eso que hace que sus manillas se muevan de una forma tan precisa, dándonos una información tan importante como es el tiempo que ha pasado, el que nos queda, el que estamos viviendo. Lo coges, lo giras, y empiezas a comprender que hay mucho más de lo que ves; en su interior se oculta toda una maquinaria, casi perfecta (porque nada es perfecto), que antes tuvo que ir construyéndose paso a paso, milímetro a milímetro, uniendo cada pieza de forma adecuada, en el momento preciso, para que más tarde, al pasar de los minutos, fuese capaz de ser lo que es hoy…
En mi recuerdo…me sigo preguntando si aún quedan dudas sobre la evolución del ser humano, sobre las almas que vida tras vida vuelven para saber más, para mostrarnos y enseñarnos más a los que aún estamos en el proceso de ser como ellos. Imagino que ella ya tiene ese camino avanzado, ya lo recorrió quién sabe cuántos años atrás, entonces ahora, cuál será el fin de su existencia… Tal vez, siendo capaz de amarse por encima de todo a su corta edad, pueda dar tanto amor al mundo que nos entregue grandes lecciones de humildad, sabiduría y bondad; o quizás, tenga que pasar por otros muros muchos más gruesos que los nuestros, tenga que vencer batallas que para nosotros son imposibles y, con el paso de los años, haya aprendido tanto que, desde nuestras canas y arrugas, ella en su ser de adulta, ya nos haya dado diez mil vueltas en nuestra experiencia…
No sé si todo esto son sólo las suposiciones de mi alma que ve más respuestas de las que el Universo y sus hilos le envían o si realmente ayer tuve la suerte de conocer a alguien tan especial, que me llenó de paz por saber que llegan nuevas generaciones de humanos; auténticos humanos, sin cargas negativas, sin tecnologías de más, sólo con un corazón tan desarrollado, que han comprendido que en la vida, lo que marca el principio y el fin de la misma, lo que hace que importe cómo, cuándo y con quién, lo que da sentido a cada paso que damos, es simplemente su afirmación…esa que me cuenta que quien más me puede querer soy YO.