Sentados en una mesa: un escritor de Cancún, un bailaor y un cantaor flamenco, una diseñadora gráfica con gustos retro, un fotógrafo, una periodista, un poeta y lo más importante, cervezas mediante.

Esta reunión de artistas solo se da una vez al año y, por ello, debe de disfrutarse con la ilusión y el buen ambiente de este viernes pasado. En su tercera edición, el Islacultura ha recibido a un buen grupo de visitantes y artistas locales, haciendo de este evento anual un referente cultural en la ciudad de San Fernando.

Entre otras muchas cosas, antes de que los artistas y los creadores de cultura comenzasen a subirse al atril, se pudo disfrutar de una exposición de pintura y fotografía,  además de una serie de cortometrajes que hizo superar el aforo máximo de la sala de audiovisuales. Muchas personas se quedaron sin asiento, incluso hubo un par de ellas que pasaron por un momento de rubor cuando golpearon sin querer el interruptor de la luz con el codo. Toda la sala a oscuras, por uno o dos segundos. La media sonrisa de la culpabilidad y las palmas hacia arriba: lo siento, pero es que aquí no se cabe.

Cantes flamencos, covers y hip hop mientras uno apoya el codo en la barra del chiringuito y le dice al otro: oye, han puesto hasta una librería, para el que quiera comprar libros. El otro nunca contesta. Bebe cerveza y. Que la gente compre más o menos libros es otro asunto, pero eso al librero no le importa. Porque está de un lado para el otro,  sin parar, contento, formando parte de esta reunión cultural. Total, yo no he venido aquí a vender, he venido para aportar mi granito de arena.

Lecturas y textos dramatizados intercalados entre cantautores de la zona, bailes típicos, juegos literarios, el olor de los pinchitos de pollo y las hamburguesas. Sonrisas, ojos vidriosos y algún que otro beso furtivo después de terminar una poesía. Entre los aplausos. ¿Qué mejor manera hay de celebrar una obra que regalando un beso? Dedos entrelazados, la sonrisa del enamorado, gente joven, gente menos joven, pero todos compartiendo lo mismo. Una, dos o tres generaciones bajo la misma luna de verano. Disfrutando de la cultura. De nuestro arte.

Que ya lo sabemos. Que las cosas tampoco son tan bonitas. Que detrás de todo esto hay muchas horas de sacrificio, trabajo. Malas caras provocadas por el agobio, por el corre, corre, que no llegamos. Papeles del ayuntamiento, permisos, dolores de cabeza. Habla con este y con el otro. Fulanito al final ha dicho que no puede venir. ¡Pero si queda media hora para empezar! Bueno, no te preocupes, tendremos que ajustar el programa. El año que viene me lo pienso siete veces antes de meterme en nada de esto.

Pero si algo queda claro de todo este asunto es que eventos de este tipo valen mucho la pena. Enriquecen una ciudad, aportan cultura, muestran nuestras costumbres y de dónde venimos, que de vez en cuando viene bien recordarlo. Acercan a los ciudadanos a los artistas consagrados, incitan a la creatividad, a mezclarse con la cultura y formar parte de ella. Abre la mente y, lo que es más difícil, concentra en un solo punto todas las ramas del arte. Cada loco con su tema. Cada cual con sus pinceles, sus micrófonos, sus trajes de gitana, sus bolígrafos y sus partituras. Cada uno con lo suyo.

Y es ahí donde reside la magia de todo esto. En el Islacultura, por un día al año, todos somos uno.

Daniel Fopiani Román. Cádiz, 1990. Escritor, Sargento de Infantería de Marina. Columnista y director de la revista literaria RSC. Premio Valencia Nova de Narrativa 2017.

www.danielfopiani.com