Las pandillas
En términos generales y situándolo en sitios muy determinados tanto de dentro como de fuera de nuestro país, son grupos de jóvenes que frecuentemente se ocupan de actividades más o menos ilegales y por su condición y naturaleza operan dentro de un territorio específico, que suele ser normalmente su propio barrio al que protegen de la invasión de otras pandillas.
No importa el nombre, el tamaño o la raza de los componentes de las pandillas, éstas se suelen mover y actuar en un clima de agresividad, violencia e incluso a veces de odio, que tarde o temprano acarrea desgracia a sus miembros y a muchos que no lo son.
Para entender el problema de las pandillas, es importante comprender el contexto social del cual emergen. Casi universalmente pudiéramos decir que son productos de los barrios pobres o marginados, donde el desempleo excede bastante del conjunto de la fuerza trabajadora.
En su mayoría, los miembros que componen las pandillas proceden de familias rotas, de la drogadicción, de madres solteras, etcéteras y a menudo dependen generalmente de la ayuda pública para su subsistencia.
Estas comunidades donde proliferan las pandillas se caracterizan por un elevado índice de tiempo baldío, pocas actividades comerciales, escasas oportunidades de empleos y funcionamiento pobre del sistema socio-educacional.
Pobreza, racismo, familias con problemas, discrepancias con el vecindario y necesidad de aceptación, son sus principales causas. Esto explica en parte por qué los pandilleros escogen el camino delictivo para alcanzar status social y disfrutar de comodidades materiales.
Los miembros de una pandilla pertenecen por lo general a un mismo grupo étnico y con frecuencia se unen entre sí como una reacción al racismo y a otros menesteres colaterales. Los domina el miedo que se traduce en terror y desestiman a los que son de otras razas. Es el ejemplo quizás extremo de no todas, pero sí de algunas de las pandillas existentes.
Muchos pandilleros proceden de hogares en los que los padres son alcohólicos o drogadictos, o tienen problemas matrimoniales, o abusan de sus hijos, maltratándolos. Todo esto, evidentemente, produce rebelión en los muchachos que los empujan a una vida delictiva.
Las pandillas florecen en los barrios con mentalidad de guetos. Los guetos están separados del resto de la ciudad por una pared imaginaria e invisible. Pared que está causada por la pobreza y los prejuicios. Muchos adolescentes y jóvenes se unen a las pandillas porque en realidad poseen un sentido pobre de identidad. Buscan ser apreciados y aceptados. Quieren tener amigos y lamentablemente las pandillas satisfacen esas necesidades con condiciones muy duras: absoluta sumisión a la voluntad del cabecilla y a los planes de la propia pandilla. Y esta sumisión conduce muchas veces a la cárcel y en ocasiones extremas a lo peor, es decir a la propia muerte.
Buscando soluciones, las tres grandes estrategias que se han usado desde los círculos oficiales parecen que tienen resultados pocos eficaces y satisfactorios como la supresión del consumo y el tráfico de la droga, supresión de las pandillas y prevención para que los jóvenes no se sumen a las mismas.
A pesar de todos los esfuerzos para acabar con el uso de la droga no ha sido sustancial. Similarmente, los planes dedicados para suprimir las pandillas, han tenido efectos muy limitados y lo único que parece una solución más acorde a largo plazo, es impedir que los niños y jóvenes se unan a las pandillas mediante ofertas, que pasan por la provisión de actividades sociales y recreativas, ayuda educacional, esfuerzos para impedir que abandonen la escuela, actividades para fortalecer su autoconfianza y su propia estima y finalmente, ayudando a los jóvenes para que puedan conseguir trabajo.
Todas estas estrategias requieren el esfuerzo como más inmediato, el de la comunidad local donde se ubican estas pandillas, así como de las autoridades en sus distintos niveles, de la escuela y de los padres en general, especialmente de aquellos progenitores en cierto modo responsables de que sus hijos, sean o no componentes de las mismas, porque probablemente ellos, serán también sus primeras víctimas. Y desde luego no es sencillo ni fácil hacerlo, pero nuestros niños y nuestros jóvenes bien lo merecen.
Con este artículo me despido transitoriamente de todos hasta una nueva ocasión, agradeciéndoles a mis lectores y al periódico digital El Castillo de San Fernando, la atención que me han dispensado.