El dinero público
Recuerdo la sorprendente manifestación de aquella ministra -además de cultura- diciendo qué ‘el dinero público no es de nadie’ ¡claro que sí lo es Sra. Ministra! y lo es nada menos que de todos los que conformamos la sociedad y sale tanto del bolsillo del rico como del pobre, quizás no en la proporción debida -que esa es otra- pero en el fondo, sí que lo es y lo es de todos los que contribuimos.
Y contribuimos precisamente para que ‘esos dineros’ sean bien y convenientemente administrados y que sirvan verdaderamente para gestionar, desarrollar y mantener de la manera más eficaz posible, todos los servicios que los ciudadanos y la sociedad demanda y necesita en pos del empleo, la educación, la sanidad, la justicia y tantos etcéteras.
Pero creo que en donde se debe cuidar más el control y la aplicación del gasto y de los recursos dinerarios de los que se disponen, a veces ciertamente escasos y por eso su control debería ser más exigente, son los dedicados a las inversiones de obras públicas, algunas necesarias y otras no tanto. Ni tampoco las que se realizan obedeciendo según a qué criterios o cuando no, a los intereses partidistas y no exclusivamente a lo que realmente la sociedad demanda y se necesita.
Es frecuente y pasa en casi todas las corporaciones municipales, gobiernos autonómicos, en algunas diputaciones e incluso en ocasiones en el gobierno central -sean del color que sean- invertir en cosas superfluas o que no lleven a ninguna parte, cuando la necesidad prioritaria está en otro sitio. Por eso es conveniente invertir bien y coherentemente en cosas útiles y necesarias, de nada sirve construir o potenciar algo que en realidad ni es urgente ni necesario.
Y en esto sí que cabe el pensamiento de aquella ministra, que les abrió el camino a los que son responsables y ejecutivos directos de decisiones y proyectos, que pueden plantearse aquello de ¿cómo el dinero público no es de nadie? adelante con el propósito aunque proyectado no sea bueno, razonable ni necesario y de ello tenemos muchos y claros ejemplos, aunque éste no sea el propósito de citarlos a la sazón, porque está a la vista y en la mente de todos los ciudadanos.
Pero lo que es cierto, que en bastantes ocasiones se invierte sin ton ni son y por caprichos, empecinamientos, imposiciones arbitrarias o por el sólo hecho de invertir incluso en duplicidades o en situaciones transitorias para más tarde reincidir de nuevo en el gasto. Por eso el dinero público qué -sí es de todos- como tal debe ser bien y eficazmente invertido.
Es hora que los responsables consideren que no son dueños ni amos, sino meros administradores transitorios de lo que en realidad -es de todos- y se revistan de la capacidad suficiente que les corresponden y los tiempos que corren les aconsejan, para que actúen en beneficio de una sociedad mejor, más equilibrada y distributiva, empezando por ellos mismos.
Y deberían hacer un ejercicio de conciencia fijándose y reflexionando en sus propios cometidos y en las retribuciones que por su ‘trabajo’ reciben, para que apliquen al menos en la misma proporción su compromiso adquirido con la sociedad y con los ciudadanos, que fueron los que les situaron en donde hoy se encuentran y entonces, cumpliendo con todas esas premisas, a lo mejor seremos mejores.