Sevilla una ciudad diseñada para el paso de las procesiones
Además de capital de Andalucía y de ricos capitales tanto patrimoniales como artísticos, culturales y religiosos -Sevilla- es la ciudad del sol, de la luz y del salero, de la alegría y del color, del olor y del sabor, lo cual constituye un hecho innegable, sí se dice que Sevilla suena a música, huele a azahar y sabe diferente: ¡Sevilla es especial!
Pienso que quien va a Sevilla viniendo de Cádiz y no entra por el Paseo de Las Palmeras enlazando con el de Colón hasta llegar al menos, a la Plaza de Armas o a Torneo sin visionar la Torre del Oro y la Maestranza, incluidos los vestigios aledaños, que dejó las dos Expos: no ha llegado a Sevilla.
Y todo ello como no puede ser de otra manera, abrigado bajo el manto inevitable, perenne y protector que envuelve a la ciudad, la más emblemática y bella edificación de las torres campanarios que se prodigan y que hace de -La Giralda- un referente no sólo de Sevilla en Sevilla misma, sino en el mundo entero.
No obstante existe otra Sevilla más profunda y tal vez menos conocida. La de los barrios o la del Centro. La de sus calles estrechas llenas de encantos y de balcones copados de flores que parecen hechas para el discurrir de las procesiones. La de los reales alcázares, museos, alamedas, plazas, puertas, edificios, parques y jardines. Y de la que no se puede dejar de mencionar la colosal y espectacular Plaza de España, además de San Telmo y Universidad, el Alcázar o el Archivo de Indias.
La de sus cuantiosos y hermosos mosaicos. La de sus copiosas y magnificas espadañas. La de su majestuosa Catedral de Santa María; tercer mayor Templo de la cristiandad, aposento y trono de su amada Patrona, la Virgen de Los Reyes y de la que fue Arzobispo, el Beato Cardenal Marcelo Spínola, hijo predilecto de esta Isla.
La del Guadalquivir -bendito río- que separa y a la vez une por medio de sus famosos puentes. La de Triana; cuna de la Esperanza y cobijo de tanto arte. La de la Macarena con su otra Esperanza bajo el Arco junto a la muralla enfrente del magnífico edificio del Parlamento andaluz.
La de los sitios con sabor a historia como El Postigo del Aceite; popular y piadoso retablo en plena calle de la más Limpia, Pura e Inmaculada que fue coronada canónicamente. La del Andén del Ayuntamiento; curtido escenario del paso de los -Pasos- y de tantas coronaciones.
La Sevilla de sus hombres célebres e ilustres y cuna de tanto artistas y toreros: Murillo, Velázquez, Bécquer, Martínez Montañéz, Juanita Reina, Carmen Sevilla, Isabel Pantoja, Oliver de Triana, Naranjito de Triana, Pareja Obregón, Manolo González, Julio Aparicio, Gitanillo de Triana (que curiosamente su primera novillada tuvo lugar en nuestra plaza de Toros el 18 de Mayo de 1924), Manolo Vázquez, Pepe Luis Vázquez y Pepín Martín Vázquez, Rafael León, Manuel Quiroga, Antonio Machado y un largo etcétera imposible de nombrarlos a todos.
O la Sevilla de la que es imposible omitir las calles por donde discurren sus procesiones: Betis, Pureza, Castilla, San Jacinto, Feria, Trajano, Orfila, Plaza del Duque, Sierpes, Tetuán, Rioja, Velázquez, O’Donell, Cuna, el Salvador, Alemanes, Placentines, Cuesta del Rosario y la Alfafa.
O citar el Puesto de los Monos, La Campana o el Humilladero de La Cruz del Campo, que como los cruceiros en Galicia señalan El Camino de Santiago, este en Sevilla, marca el centro neurálgico -origen- del comienzo de la Semana Santa Sevillana. Y tantas otras calles -todas ellas- eminentemente cofrades.
Y la de sus -dualidades- presentes en todos los ambientes de la ciudad, porque generalmente no se concibe -que un sevillano- no sea del Betis, del Sevilla o de una Cofradía. Ni tampoco que no sean capaces de convivir; coexistiendo en perfecta armonía a pesar de esos antagonismos pasionales y a la vez recreativos.
Así, no sorprende que sus dos grandes manifestaciones: una festera, lúdica y universal -La Feria de Abril- y otra no menos prodigiosa, sentimental y religiosa -La Semana Santa- sean acontecimientos llenos de brillantez y de resonancia mundial; fuentes de ricos contenidos de los que son precisos copiar modelos si se desean trasladarlos a otros lugares con la marca de Sevilla.
Pero sobre todo, no por su capitalidad -que a la sazón la tiene- sino por la sencillez y la simpatía de sus gentes y por el embrujo que define a este gran pueblo andaluz que tenemos la suerte y el privilegio de poseer y disfrutar.
Y quien no percibe o siente estas íntimas sensaciones, supongo que se puede decir con absoluta certeza, que ni ha visto Sevilla, ni conoce el poder del -Gran Poder- que le otorga a la Ciudad ¡El Señor de Sevilla!
Yo que vivo en Sevilla; que le he escrito versos y la quiero como se quiere a una amiga, confieso que es una ciudad encantada, pero llena de algoritmos que la hacen cerrada para quien la visita. No es tan abierta, sino que deja rendijas para ser vista. Sevilla, la de los tipismos, es la que se vende al exterior, pero existe esa otra que solo se conoce si se supera esa barrera emocional de la impresión.
La Sevilla que yo adoro es la de los viejos; aquella que era sevillanía y no la del
<>, que es la que hoy prima.
Se podrá estar de acuerdo con don José María o conmigo, pero para conocer la Sevilla sin milongas hay que ir más allá de esa ciudad que se quedó, sobre todo, con la falseta de su verdadera copla.