Publicado el: Vie, 22 Abr, 2016
Opinión

Mi razón de vivir

Art.115Levanté la mirada y pude ver sus ojos clavados tan fijamente en los míos que me pareció escuchar en mi mente las palabras que rondaban por la suya. Esta fue la impresión que tuve respecto a ese pequeño ser al que veía por primera vez ante mí.

Esa mañana, desde que desperté, sentí la presencia del Universo moviendo sus hilos hacia ese esperado momento. Nada más sonar el despertador llegó la primera señal. Lo apagué y en vez de salir disparado de la cama, como solía hacer cada día, volví a caer rendido sobre la almohada como si un gran peso me obligase a quedarme. Al abrir los ojos puede ver y sentir que las horas habían pasado con total normalidad. No me sobresaltó la idea de no haber llegado al trabajo. Tenía la certeza de que debía estar allí. Me di la vuelta para, por medio de un abrazo, compartir esa sensación de tranquilidad con mi mujer.  No estaba. No me pareció tan tarde como para que estuviese levantada, sin embargo, tampoco eso sirvió para romper mi paz. Pasados unos minutos encontré la energía para dar ese esperado salto fuera del colchón. El placer de sentir como mis pies iban entrando suavemente en mis zapatillas era algo en lo que no me recreaba desde que era pequeño. Mi madre solía comprarme lo que yo llamaba mis "zapatillas de peluche", forradas con suaves pelos que hacían del hecho de no ponerme calcetines una gozada al calzármelas. De camino a la cocina me acompañaron las más placenteras sensaciones de mi infancia.

Sentada a la mesa, con su taza de leche en la mano, estaba la mujer más bella del mundo, la mujer de mi vida. Había notado que mi amor crecía de forma proporcional a su barriga. Era como si su interior también estuviese creciendo dentro de mí. Mi forma de sentir, mi manera de hablar, incluso de caminar, todo estaba cambiando; como si cada célula que se reproducía dentro de ella no pudiese hacerlo sin mí; cada día notaba cambios y más cambios en lo más profundo de mi ser y, me atrevería a decir, que de mi alma. Me acerqué y, sin ni siquiera explicarle qué hacía allí a esas horas, puse mi beso en sus labios y mi mano en su vientre. La conexión entre los tres parecía ser demasiado grande como para caber dentro de nuestro pequeño hogar. Al estar al lado de ambos siempre sentía volar por el cielo, estar subido en una plácida nube. Ella me miró fijamente, me sonrió y me dijo con un suave tono de voz: «Sé por qué estás hoy aquí». En ese momento sentí como mis "zapatillas de peluche" se convertían en lo que parecían ser mis "zapatillas de agua". El estómago me dio la vuelta. Los nervios comenzaron a fluir junto con aquel río que de ella brotaba y, en menos de media hora, ya estábamos en el hospital.

Las horas que pasaron hasta que pude ver la cara de nuestro bebé me parecieron días. Al tenerlo en mis brazos tan sólo pensé: «Hoy conseguiste de mí justo lo que necesitabas, sin pedírmelo, tal vez, sin ni siquiera pretenderlo. A partir de hoy, será eso lo que tengas: mi tiempo, mi tranquilidad, mis ganas, mi felicidad y mi alegría, pues eso eres tú, eso me dicen tus ojos; de todo eso me llena tu diminuta alma, esa que inunda el mundo con tu latir. Tú, mi pequeño ser de luz, mi niño feliz, mi eterna razón de vivir...».

Esta semana cambio la reflexión por un mircrorelato. ¿Has sentido algo parecido alguna vez?

Sobre el autor

- Escritora, maestra y loca soñadora. Con el firme objetivo de ser feliz a cada segundo y compartir con el mundo cada sonrisa, cada sueño y cada aprendizaje que el Universo nos permite experimentar.

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