El primer abrazo
Pasó diciembre, el treinta y uno, la Nochevieja. Aún las familias, algunas, guardan la costumbre de cenar juntas para despedir el año y recibir al nuevo. Tras la cena se recoge la mesa, se sacan los turrones, o no - hay cosas que ya se pierden en la costumbre forzada de las cosas-, y se preparan las copas con las uvas que luego de estas se regaran con champán. Se acerca el momento, los minutos pasan despacio, aún hay tiempo para un último zapping y elegir con quien recibiremos el año. Llega la hora y el leve nerviosismo, impostado o casi, pues ya nadie cree en la uvas, la verdad es que no se cree en casi nada. Baja la bola de los cuartos y allá van las campanadas, una, dos, cinco, seis, nueve, diez, once y doce, ahora alguien hace sonar el corcho de una botella y rellena las copas, y llega el momento de desear a la familia lo mejor durante los pocos segundos de intimidad que dura el primer abrazo del año.
Todas las caras se vuelven dóciles, se llenan de empatía, de recuerdos, de fraternidad que dura unos segundos, lo que dura el abrazo y el primer brindis de cava, luego todo volverá a ser lo que es, la realidad, la de todos los días, y ahí, primero por mí y luego ya veremos. Nochevieja es la fiesta más hipócrita del año, y no en vano es de seguro una de las preferidas en todo el planeta, es la que mejor representa al ser humano. En unos segundos, lo que dura el cambio de hora, de día y en esta ocasión de año, por ser el último de diciembre, todo se olvida. Atrás quedaron las malas acciones, la falta de solidaridad, de compañerismo, la nula relación familiar, nada importa ahora, es Nochevieja, todo queda olvidado con el año que se va y no es necesario siquiera pedir perdón, va en el manual de esta fiesta. Ahora abrázame y dime que me quieres, que me deseas lo mejor y que seguro que este año todo cambiará y se cumplirán mis deseos. Total que importa la realidad en este instante, es Nochevieja.
Pero los años pasan, y para algunos van dejando huella, y cada vez las familias son menos y son menos familia. Y a uno en el último suspiro del año, mientras espera a Ramón García en la uno -la de toda la vida-, le da por recordar y cae en la cuenta de las discusiones, las disputas, la falta de ayuda cuando hacía falta, y resulta que mira alrededor y son esas mismas personas con quien esta compartiendo la mesa las protagonistas de muchas de esas vivencias, y piensa que lo de la Nochevieja está bien, olvidar y perdonar y todo eso, año nuevo y vida nueva, pero que siempre acaba perdiendo el mismo, y que ya está bien, que la familia está o debería estar para todo el año, y que una noche no pueden más que trescientos días y que si la gente quisiera todo iría mejor para todos, y no tendríamos que esperar hasta el último día para brindar, para querernos, para arrimar el hombro, y hoy por ti y mañana por mí. Así que después de las uvas abro la botella de cava y relleno las copas, y cuando llegan los abrazos, algunos los doy por compromiso, sin beso y sin deseos ni nada, y pienso que ya podías quererme un poco menos hoy y un poco más todo el año.
Pablo López León