Desvincularse
Este año se cierra con una importante lección aprendida, pero lo mejor, es que al fin he sabido ponerla en práctica. Se trata de saber desvincularse. ¿De qué? Pues de todo aquello que no nos permite ser felices.
Desvincularse de sueños por los que no queremos luchar; para qué ilusionarnos o gritar al Universo que mueva sus hilos para entregarnos algo por lo que nosotros no movemos ni un sólo dedo. Hay que alejarse de aquello que, en realidad, no nos apasiona y, por el contrario, apasionarnos con todas las cosas para las que nunca es poca la energía que nos queda después de acabar con nuestras responsabilidades.
Y ya que hablamos de responsabilidades, debemos desvincularnos también de las que no nos hagan sentir bien. ¡Qué difícil! Y será más difícil cuanto menos caso hayamos hecho a nuestro corazón, a nuestros sentidos. Enfrascarnos en este tipo de cosas empieza siendo algo que no queremos hacer, entonces, ¿por qué las hacemos? Seguramente porque es lo que nos dicta la sociedad, lo que todos creen mejor o la única opción que nos queda; sin embargo, mientras que los sueños no mueran seguirán existiendo muchas más opciones. Podemos tener todo lo que deseemos si no obviamos nuestros pensamientos.
Desvincularse de esos pensamientos que no nos enseñan nada, que están llenos de lamentos, de reproches para otros a los que culpamos de nuestros errores; que están vacíos de realidad, del reconocimientos de que podíamos haberlo hecho distinto. Fallar no es un pecado, pero olvidar que mientras nos quede un día de vida siempre podremos cambiarla, eso...eso sí que no tiene perdón.
Desvincularse, claro que sí, de las opiniones que otros tienen de nosotros. Qué importancia puede tener lo que piensen si tenemos claros los sueños, las responsabilidades, los pensamientos y, por todo ello, nuestros actos. Cuando nos dedicamos a lo que nos gusta, cuando tenemos ilusiones que se convierten en el motor de nuestros días, cuando nuestra mente hace caso omiso a lo que no está acorde con nuestro ser y nuestra alma se dedica a sentir lo que significa ser feliz, no puede haber nada que criticar en lo que hacemos, en nuestros días, en nuestras vidas.
En resumen, desvincularse de cualquier cosa que no nos deje lucir nuestra mejor sonrisa: miedos, imposibles, tristezas, peleas, lugares, ira, rabia, lástima y un largo etcétera de energías que no vibran en la misma onda que la nuestra; que nos hace tambalearnos mientras el camino se borra.
Qué difícil seguir el rumbo cuando nos paramos a escuchar a quien no tiene nada que decir; qué fácil seguir adelante con la sonrisa del alma; y qué maravilloso dar ese paso para poder darnos cuenta de que, a tan sólo unos metros, nos espera todo aquello con lo que, ahora y siempre, nos podremos vincular: respeto, abrazos, aliento, caricias, reconocimiento, ánimos, apoyo, ilusiones, pasiones y, por supuesto, sueños...miles de sueños por disfrutar.
Me ha encantado el texto, me parece que lo que dice es una enorme realidad. Es muy importante poder seguir la senda de nuestros sueños y ser capaces de dejar atrás lo que nos lastra o hace daño. Muy bueno. Enhorabuena.
Roberto, te cambio versos por música. Y si lo unimos...quién sabe. ¡Un abrazo!