Los patos del parque: "¡se nos queda pequeño el estanque!"
Las aves del parque Almirante Laulhé reclaman al Ayuntamiento "un hogar más digno y espacioso"
Muchos isleños de las últimas generaciones recuerdan con nostalgia cómo, de la mano de sus familiares, acudían cada fin de semana al Parque Almirante Laulhé o 'parque de los patos' como se le viene conociendo desde hace unos años. Al menos, desde que tiene patos. Esta costumbre constituía un gran atractivo para los niños durante los días de fiesta, esos donde la industria del videojuego comenzaba aún a consolidarse y la Sega Megadrive o la Super Ninendo eran productos que no cualquiera se podía permitir, así como el vídeo doméstico. Ni que decir tiene que los móviles estaban aún en proyecto y que esto era tan divertido como ir al cine, sólo que más económico, para muchos más ilusionante.
Eran usuales pues las colas en el puesto de golosinas frente a la entrada del parque, por la calle General Pujales, cuando aún el recinto estaba vallado. El objetivo, comprar palomitas de maíz, o 'gusanitos' con los que poder satisfacer el hambre de estas simpáticas aves que al menos desde finales de los ochenta se llevaban todas las atenciones de los pequeños que regentaban este pulmón de la ciudad.
Si bien hubo un tiempo que los patos desaparecieron del parque, en los últimos años han vuelto a convertirse en centro de todas las miradas traviesas, y no ya por su mera presencia, sino porque desde que el Ayuntamiento decidiera hace varios mandatos integrar esta zona verde en la ciudad, suprimiendo la valla -algo que ha otorgado al barrio mayor profundidad y color, a decir verdad-, los animales no hacen más que atravesar su perímetro en busca de nuevas aventuras. Es un decir, claro está, porque casi siempre acaban en la pequeña fuente que integra el 'Monumento a las Marinas', inaugurado en 1991.
No han sido pocas las ocasiones en que se han visto a estos simpáticos animales darse un chapuzón en sus aguas -cosas de higiene-, o en fila india y conducidos por agentes de la seguridad y el orden, a veces por los propios vecinos, hasta volver a lugar de residencia: el estanque del parque. De hecho, el mismo se llegó a rodear con una reja para evitar fugas inesperadas, pero al parecer hay ejemplares que se resisten a respetar esta frontera artificial esperando a que los más pequeños les ofrezcan comer de su mano. Al parecer, el inconformismo afecta también a los patos.