Publicado el: Vie, 30 Oct, 2015
Opinión

¡Qué pena y qué tristeza!

Actitud de pena o tristeza.

Actitud de pena o tristeza.

Sí -esta es la expresión- que me sale de lo más profundo de mí ser: ‘pena’ y ‘tristeza’.  Y suele sucederme cada vez que presencio el lamentable espectáculo, que en la mayoría de los casos, se producen en los debates televisivos en cualquiera de las cadenas de las que disponemos.

Naturalmente me refiero a los debates de los políticos sobre la política misma. Y es que la política ha llegado a un punto, que no sólo nos envuelve a nosotros mismos, sino que también  envuelve al país entero.

Y no hay una parcela de la sociedad donde la política, no esté presente, ya sea esta, una parcela de carácter social, cultural, comercial, industrial, económico, laboral, docente, sanitario, religioso, militar y hasta en el ámbito de la propia  justicia, incluso en la familia misma.

La presencia del político.

La presencia del político.

Es decir,  no hay un sector que se escape de su presencia y de sus efectos, según y de qué manera convenga a los intereses y a las ideologías partidistas de sus dirigentes y ejecutivos.

Pero esta circunstancia, no es la más grave. Lo que realmente es grave y mucho, es lo que sucede en los debates como el enfrentamiento, las descalificaciones, el cruce de reproche sin respetar el turno del que habla; interfiriéndole constantemente como si fuese una técnica para impedirle que su exposición sea oída.

O el pretender tener siempre su razón y no la razón. Y cuando no,  utilizar una posición intransigente, que generalmente deriva en actitudes insólitas e intolerantes carentes de respetos mutuos. Incluso empleando un discurso de despecho y revanchismo, más cercano al resentimiento, que  a la cordura.

Actitudes que no se entiende muy bien, porque las ideas y  los planteamientos son libres de exponerlos, de manifestarlos y debatirlos cuales quieran que sean, pero siempre desde el respecto, la coherencia, la discusión razonada; obviando dañar la dignidad de las personas, que en ocasiones a veces se pisotea impunemente.

Actitudes que no se entienden.

Actitudes que no se entienden.

El político nunca tendrá talla política, hasta que no considere que  su opositor no es su enemigo, sino su otro igual. Y que se trata de un adversario al que hay que vencer o convencer con argumentos y hechos razonables realizados en buena lid, dentro de las normas más elementales de la conducta humana.

Ni la oposición será tal, ni efectiva, mientras se dedique más al acoso o al derribo, y no a ejercer el control justo y necesario del que gobierna; sin aportar ideas relevantes. Ni menos aún sin consensuar los asuntos de interés general, común y de Estado.

Se supone que después de la transición y la constitución, hemos llegado ya a la mayoría de edad política. Y todos sabemos que la democracia no significa que cada cual actúe arbitrariamente, ‘lo sabemos todos’. Y tal vez, todavía la democracia a pesar de casi 40 años -los mismos que el anterior régimen- no se ha entendido lo suficiente o no se ha querido entender. Y ha servido  para algunos, como la gran oportunidad de posicionarse en política con otros fines muy distintos de sus verdaderos y auténticos objetivos.

La transición española.

La transición española.

Y como consecuencias, tenemos lo de siempre, una democracia a la española, que como en  tantas  otras ocasiones de nuestra historia, no solamente en política, sino en otras actividades ajenas a la misma; seguramente  no hemos hecho bien los deberes. Y cuando estos no se hacen bien, su calificación final es la de un ‘suspenso’ absoluto. Pero como todos los suspensos, tienen vías de recuperación y de superación si entre todos lo ¡Intentamos!

Es cierto que cualquiera de los movimientos de las nuevas hornadas generacionales, suelen producir cambios en la sociedad. Lo que por otra parte,  no debe constituir  un síntoma  de inestabilidad sino todo lo contrario. No debería ir más allá  de una consecuencia lógica, legítima y humana por  cuya razón se producen estos choques de discrepancias de ideas entre generaciones, sujetas a debates razonables y consecuentes.

Pero lo más sorprendente es la transformación que pretende  una parte de nuestros jóvenes actuales (desde luego no todos), en su intento de transformarla, según y de qué manera, como si fueran los únicos salvadores y veladores de la patria mediante un discurso cuyo fondo de tiempos pasados está ya  frustrado, caduco y superado.

Jóvenes en la universidad.

Jóvenes en la universidad.

Parece como si se les hubieran  inculcados a estos jóvenes,  unas ideas o una parte de nuestra historia sesgadas para volver a épocas pasadas, que permanecían, si no olvidadas en su totalidad, si al menos dormidas. Pero eso sí, tal vez con la complacencia y la permisibilidad de los políticos de turno,  instalados  en otros menesteres más acomodaticios que políticos.

Y sus consecuencias tendrán que ser analizadas y autocriticadas convenientemente por esos mismos políticos acomodados, que han permanecidos inmóviles en ciertos aspectos; facilitando un espacio vacío, que ahora pretende ocuparlo otras fuerzas, otras ideas y otros etcéteras,  guste o no  con toda la  legalidad, que las leyes les asisten.

Y distraídos en estos menesteres se soslaya,  no se aprecia, no se valora siquiera, ni se pone énfasis en su justa medida a todo aquello bueno y abundante de lo  que disponemos.

Tenemos un país maravilloso, hospitalario, generoso, de grandes ciudades, de recoletos pueblos,  de una gran variedad de recursos naturales y de unas condiciones climáticas excepcionales, de muchas horas de sol, de una gran extensión de costas con magníficas y envidiables playas.

La Catedral de Cádiz,

La Catedral de Cádiz,

Y de una panorámica interior compuesta de multitudes de selectos y excepcionales paisajes; de ríos, lagos y montañas, de interesantes ciudades medievales y culturales, muchas de ellas, patrimonio de la humanidad; llenas de artes,  de museos, de monumentos y catedrales, de vestigios fenicios, celtas, visigodos, románicos, o árabes. Y también de ocios, de fiestas folclóricas y tradicionales de repercusión mundial  y de miles de historias sugestivas e interesantes.

Pero sobre todo destacamos por nuestra desprendida  y especial forma de ser y comportarnos,  por nuestra bondades, simpatía y espontaneidad. Y por la gran virtud de poseer una rica gastronomía variada, suculenta, apetitosa e inigualable, considerada de las mejores del mundo. ¿Cuántas veces hemos escuchados: cómo se come y se vive en España, en ‘ningún lugar’?

Y por todo eso, los extranjeros nos estiman, nos valoran y no sólo nos visitan, sino que se afincan en nuestros pueblos y ciudades; apreciándolas y disfrutándolas, incluso más que nosotros mismos.

Por tanto  de ningún modo debemos permitir destruir ni desestimar este gran patrimonio que hemos construidos juntos a lo largo de nuestra historia. Sino todo lo contrario; todos unidos, codo con codo, independientemente de las ideologías de cada uno, deberíamos trabajar en común, para hacer de España un país fuerte y cada vez más próspero y apetecible para vivir en él razonablemente, en paz, reconciliados y en eterna convivencia de sosegada concordia.

La bandera de España.

La bandera de España.

Pues por todo lo descrito aunque de forma coloquial y doméstica,  no resta veracidad de lo que se dice. Y no se entiende cómo ‘muchos ciudadanos’, que viven aquí, comen aquí, duermen aquí, se divierten aquí, reciben premios y subvenciones y además se sustentan del dinero público que reciben de todos los contribuyentes a través del Estado; ‘reniegan’ de ser español… ¡Pero no se van!

Sin embargo, hay quienes se han tenido que ir al extranjero en busca de trabajo o de mejor suerte. En cambio otros se quedan  y se dedican a desestabilizar y a desprestigiar a su propio país que lo vio nacer.

Y así hay que decirlo a los cuatro vientos, porque en realidad -España- no sólo se sostiene a pesar de… Sino que sostiene también a ‘aquellos’ que pretenden romperla. Pero hoy pese a todos los inconvenientes habidos y por haber; hay otros  ciudadanos que afortunadamente consideran que vivir en España, quererla, amarla y sentirla. En definitiva ser ‘español’ constituye un verdadero y auténtico privilegio.

Sobre el autor

- Profesor, articulista y cofrade.

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